«Que pida un permiso y que vaya al médico por su cuenta», respondió el alcaide Pepe Comerón a un escrito del preso diabético Juan Antonio Flores en el que solicitaba que le llevaran a sus médicos del hospital de Alcalá. El abogado Javier Iglesias estudia interponer una querella por desatención
Pepe Comerón, el director/alcaide de Alcalá Meco, se ha pasado diez pueblos y medio con el interno Juan Antonio Flores, el preso de 44 años gravemente diabético (tipo 1 Mellitus) que hace unos 45 días decidió no volver a la cárcel de Navalcarnero durante su último permiso porque en ella su vida corría peligro. Por grave desatención médica, en ambas prisiones. Lo que hizo Comerón con él es inhumano.
Y no es un rumor ni un bulo. Está documentado (Ver manuscrito de la fotografía de arriba). En él se lee cómo Juan Antonio Flores solicita acudir a una cita médica en el hospital de Alcalá de Henares, que previamente le ha llegado a Comerón por conducto oficial.
Flores se lo recuerda a los directivos. La cita era con carácter preferente, pues tiene un fémur de titanio, sordera, un glaucoma y la peor diabetes posible, causante precisamente del glaucoma.
La casi criminal respuesta de don Pepe (como exige ser llamado por los internos) fue la siguiente: que el interno «solicite un día de permiso y vaya él por su cuenta». Eso le respondió Don Pepe Comerón. Esto ocurrió el 27 de junio de 2023.
La cuestión es, ¿Quién fija una cita hospitalaria? ¿El interno? Los permisos no son al menú. Lo cierto es que Comerón no le trasladó al hospital, como marca la norma y la humanidad, y Juan Antonio no pudo acudir a su cita. Y eso que era un enfermo preferente.
Después de la respuesta de Pepe Comerón, Juan Antonio podía interponer una reclamación al juzgado de vigilancia. Y lo hizo. Pero ya no es solo la tardanza de los juzgados, que es común que ni respondan. Y si lo hacen, muy generalmente, para avalar la actuación del director. Casi nada se investiga.
Y el recurrente, Juan Antonio Flores, por el mero hecho de sacar a la calle los trapos sucios de dentro de las rejas, queda fuera del círculo. Flores es un empresario convertido en abogado en la cárcel. Tiraba rápido del formulario de quejas. Le indignaba el incumplimiento de los derechos fundamentales en un lugar cerrado, delante de sus ojos.
Incluso redactaba quejas a otros internos. Cuanto más se quejaba, más tirria le tenían los directivos carcelarios. Y más putadas le hacían. Y más se alargaba el cautiverio, atenazado, además, por una grave desatención médica para sus patologías.
Las citas hospitalarias las fija lógicamente el hospital, no el paciente a gusto de Don Pepe Comerón; y si se pierde la cita… aguarda la cola. Y más cuando no es culpa del hospital, sino de la propia prisión que se niega a llevar al interno enfermo.
«Prepotencia»
Don Pepe Comerón es un alcaide que no goza de simpatía alguna ni por parte de internos ni de sus familiares. «Arbitrario» y «prepotente». Eso dicen de él. Lleva demasiado tiempo en prisiones y parece esconderse de la amabilidad. Algunas de las frases que ha soltado a familiares de presos describen a una persona de asintomática empatía.
Hay algo peor. No es solo esta frustrada cita. A Flores no le ha dejado ir a una decena de citas hospitalarias, entre ellas, la que figura en el manuscrito que ilustra esta información. 14 citas frustradas en sólo varios meses de este año.
La Seguridad Social, que es la que lo cita, está preocupada por sus patologías: tiene contabilizadas, sólo en los últimos meses, hasta 14 citas hospitalarias a las que no se ha presentado Juan Antonio Flores. En el hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares (Madrid). Porque el director, que no es médico, no lo vería relevante.
A Pepe Comerón se le escapó no hace mucho un preso muy peligroso y recientemente se suicidó un enfermero de esta prisión, tras dejar una carta en la que llama «machista» a don Pepe.
Los etarras de Marlaska
Ni el ministro Marlaska, que no ha tenido empacho alguno, para mantener inalterable el sillón de su jefe Pedro Sánchez, de trasladar al país Vaco a los etarras para ser allí liberados, no ha querido pronunciarse ni sobre la situación de Juan Antonio Flores ni sobre la asunción de responsabilidad por parte de Pepe Comerón.
Los médicos de, al menos cuatro especialidades del Hospital de Alcalá lo llamaron, una y otra vez, sin éxito. Ni lo llevó ni dispuso hacerlo. Aunque era esa su obligación; y el obligado cumplimiento del derecho fundamental a la atención sanitaria, si la enfermedad lo requiere. Estar preso nunca puede ser un hándicap.
El nuevo abogado de Juan Antonio Flores, el afamado letrado Javier Iglesias, está estudiando interponer una querella contra quienes tenían la obligación de ordenar su traslado al hospital para la cita. Pues no era un simple resfriado.
Iglesias está reuniendo la documentación sanitaria que avala que la prisión de Alcalá Meco declinó delictivamente no conducirlo ante los especialistas médicos que periódicamente le citaban para controlar sus graves patologías en al menos 14 ocasiones.
La reiterada desatención médica, extrapolable a las cinco cárceles en las que ha estado desde que está privado de libertad, es la causa por la que Flores se halla ahora prófugo, escondido de la policía. Con su esposa e hijos.
Necesita cuidados médicos diarios. Va con la insulina a cuesta. Y en las cárceles, ni dieta, que debe ser estricta para evitar subidones y bajadas de azúcar, ni nada.
Y, para colmo, en Meco, el médico de la prisión, un tal José Luis, le cambió en una ocasión la medicación y la forma de administrarla para afrontar su glucemia. Ninguneando a los endocrinos del hospital. Juan Antonio se quejó al director, al juez de vigilancia, presentó una denuncia en el juzgado de guardia. Ni caso, ninguno.
La diabetes de Juan Antonio Flores, padre de cuatro hijos, es de las muy complicadas, la peor posible, muy traicionera, y es crónica. Hace varios días, de pronto, tras comer dos simples aceitunas en su casa, se le disparó la curva de glucemia.
Un pitido en un dispositivo que Juan Antonio lleva adosado al brazo, destapó la alarma. Este dispositivo transfiere la tasa de glucemia de ese momento a un receptor en el que se puede leer la cifra. Juan Antonio, sin dilación, se inyectó insulina. Y media hora después, quizás menos, de nuevo el pitido: la tasa bajaba demasiado deprisa. El sudor caía de su frente hacia las sienes y luego cara abajo.
Subidones y bajadas de azúcar en sangre
Así es la cotidianeidad de Juan Antonio. No ha matado a nadie. Ha cumplido seis de los ochos de condena que gravitan sobre él por un delito económico relacionado con la venta de coches. “Un error en mi vida”, reconoce.
“Pero quiero vivir; casi he pagado ya la pena, todos mis problemas de salud me los ha generado la cárcel. Yo era un atleta sano cuando ingresé en prisión. Hoy tengo muchas patologías, un fémur de titanio, la peor diabetes, ceguera y sordera parcial, una pierna cuatro centímetros más larga que la otra… Todo esto me lo han hecho en la cárcel”, confiesa Juan Antonio. Y es verdad.
El médico, cuando lo atendía, si es que lo atendía, siempre era la misma retahíla. Analgésicos. No pareció preocuparle un bulto de pus en torno a la rodilla que pesaba dos kilos. Se lo quitaron en el hospital Gregorio Marañón, estando ya en coma clínico.
Casi muere, cayó en redondo mareado al suelo dentro de la cárcel, con fiebres alta, antes de que desde la cárcel de Soto, corría 2018, llamasen al SAMUR de Madrid. Al médico no se le ocurrió, a lo largo del mes largo que Flores estuvo detrás de los médicos quejándose de fuertes dolores.
Hubo que ponerle un fémur de titanio. Se barajó cortarle la pierna. Una septicemia llevaba semanas comiéndosela mientras, menuda negligencia y desidia, le curaban con analgésicos.
El ministro Marlaska ha tenido, con el dinero de todos, que pagar una buena indemnización. Muy posiblemente con dinero de los fondos reservados. No es de su bolsillo, pero sí su responsabilidad, y la de su hombre al frente de las Prisiones, Ángel Luis Ortíz, de que los sanitarios de las cárceles funcionen adecuadamente y atiendan a los presos. Y que, si es preciso, los trasladen a los oportunos hospitales.
No son perros, señores jueces, en excedencia, Marlaska y Ortíz.