Cuando se le da muchas vueltas a un asuntos dilatando innecesariamente la solución, se le llama en español “marear la perdiz”. Eso es lo que está sucediendo, en un intento de dar conformidad a todos, con la significancia del Valle de los Caídos que, por otra parte, ya sabemos todos lo que significa: un lugar de oración y memoria que nos recuerde la atrocidad de nuestra guerra civil y sus consecuencias. La muerte de unos y de otros por la arrogancia infame de unos y de otros. Y la Cruz es la señal redentora y universal del perdón, no la bandera de Franco.
En El Quijote se nos dice que no todas las hermosuras contentan igual: a unos, sólo alegran la vista; a otros, conforman el parecer y la voluntad… La belleza monumental del Valle de los Caídos es objetiva; la intención, es libre de ser aplicada según el corazón que se tenga. Antonio Costa, en su Tamarindo, nos recuerda que “a veces hay escenas de pasión melancólica”.
Hora es ya de desbaratar las melancolías irreales, partidistas y divisorias. Los que no quieren la Cruz, que miren al cielo, a lo mejor en él encuentran el otro azul de mirar con diferentes ojos.
Pedro Villarejo