Fue mi maestro en clase y en la lectura de sus libros. Llegaba apasionadamente a compartir el fruto de sus descubrimientos, entre las dinámicas de una sangre rebelada y la urgencia de que los demás disfrutásemos del hallazgo que, en los místicos, él había sabido encontrar…
Ahora tiene Alzheimer. Le visité en el lugar de su reposo y buscó la forma de reconocerme sin resultados. Le pregunté:
-¿Qué fue de tus hermosos libros?
-Ah, no sé, estarán por ahí…
Le tomé la mano y seguí aprendiendo.