Los que intentan desterrar el español de las diarias conversaciones, ignoran la capacidad de síntesis que tiene el idioma. Los malpensados, por ejemplo, pueden abreviar su gran sospecha en una frase corta: “Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”.
Algunos se atreven desconfiar en el regalo de cuarenta y cinco mil millones que nuestro generoso Presidente de Gobierno va a donar al Reino de Marruecos para mejoras de infraestructura en general y para que se le compre un par de chilabas a cada uno de sus súbditos con trenzados de filigrana. Ya puestos, podríamos regalarle mascarillas, de esas que compramos aquí a precios razonables y siguen almacenadas, aguardando otro negocio de los ministros que luego ofrecen a Cáritas para reducir las colas del hambre. En esto de las bondades es imposible que nos superen. Cualquier recelo es maldad preconcebida.
Eso hacen los buenos vecinos cuando, como en nuestro caso, se ha solucionado el conflicto de los agricultores, la deuda externa se ha reducido a niveles insignificantes, los ferrocarriles son la envidia de cuantos nos visitan, los ganaderos no saben qué hacer con tanta leche vendida al mejor precio…
En fin, si esta vez el santo desconfía por la largueza de la limosna es porque no conoce el corazón de nuestro querido Presidente.