Hoy: 22 de noviembre de 2024
La única vez que vi a Borges fue en un restaurante chino de la calle Suipacha de Buenos Aires. María Kodama -todavía no era su esposa, aún no me la habían presentado-, ensortijaba las raíces de la soja para mezclarla con el cerdo agridulce, que luego Borges se llevaría a la boca como quien lleva una palmatoria a la mesita de noche. Compartíamos aquel inmenso comedor el matrimonio con el que cenaba y el matrimonio a la vista de María y Jorge Luis, apoyados en el bastón de plata de palabras continuas, de languideces que los farolillos de papel acompañaban.
Después, María Kodama ha recorrido el mundo explicando los años y las luces de Borges que ella vive, que se le clavan como juncos, en los bolsillos del alma. Tiene la voz justa de niña quietecita y pelo lacio para recordarnos que “el mar es la plenitud de la pobreza” y “la oscuridad es la sangre de las cosas heridas”… Oscuridad en los ojos de su marido, como si la sangre de la noche circulara sobre el afán de Borges por quedarse encendido entre nosotros, por construir el “verso incorruptible” que habría de salvarlo de tanto circular sin ojos. Al final, sabio y con más cicatrices que un torero, cambió los laberintos por esquinas y se quedó dormido y resbalado sobre el espejo del tiempo.
Yo prefiero su Fervor de Buenos Aires y saber, sin que él así lo dijera, que dentro de cada uno hay un extraño país, aún sin recorrer, aún con el secreto de la felicidad tallado en el envés de alguna puerta vieja, en el bronce colgado de alguna campana…
De los peronistas, Borges había dicho, sosteniendo la palabra con su dentadura postiza, “que no son ni buenos ni malos, sino incorregibles”… Como incorregibles somos en esta Europa que no sabe detener una guerra, que ha permitido el crecimiento de un monstruo para que termine adueñándose de nuestros fríos y de nuestras sombras.
¡Duele ver tanta necedad, tanta impotencia navegando con el viento por los álamos del río!…
Coronas hay, pero faltan cabezas.