‘Las palabras’

28 de noviembre de 2022
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palabras
Unas hojas manuscritas.

Escribo esto porque más de una vez observo en los parlamentos del poder o simplemente en conversaciones de familia, palabras cacofónicas que, lejos de reforzar la verdad de sus argumentos, les restan credibilidad

Conforme se nos va clavando el tiempo en la vida, agradecemos mucho más las sentencias de nuestros padres que, en su momento, nos aconsejaron sobre aquello que enriquecía o lo que rondaba el perfil de lo dañino. Fueron, con todo el amor, los primeros maestros.

El mío, machaconamente, insistía a sus hijos que “todo se puede decir, pero bien dicho“.

Hoy, que todo se estudia, que casi todo se mide, nos refieren que está comprobado científicamente cuánto perjudica en la propia psicología y en el diario comportamiento el uso de palabras malsonantes, que llevan su propio veneno para mancharnos los labios.

Escribo esto porque más de una vez observo en los parlamentos del poder o simplemente en conversaciones de familia, palabras cacofónicas que, lejos de reforzar la verdad de sus argumentos, les restan credibilidad. Saber hablar embellece el pensamiento y cambia ruidos por melodías.

Aseguran que Hiparco elaboró el primer catálogo celeste que contenía 1026 estrellas, diferenciándolas por su brillo en tres categorías… Según el brillo de lo que dicen y los beneficios que reciben, también los periodistas se pueden distinguir en tres categorías: los que tienen miedo a escribir o decir la verdad porque ofende a sus compromisos, prefiriendo mirar hacia otro lado; los que se acercan a las ventanillas donde siempre algo se reparte, según la obediencia a las consignas; y, por fin, los periodistas honestos, señores de la intención y la palabra que, aunque advierten, procuran no hacer daño.

Ningún periodista es inocente. Nadie lo es. Tampoco El Duende.

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