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Las cosas cambian con la luz

Luz del sol. | PX

El impresionismo desfigura maravillosamente lo que ve según la luz que en los objetos se proyecta. El tren en la nieve de Monet o sus nenúfares no son como son, sino cómo los ha visto a horas concretas, desde la luz reposada o desde la luz inquieta. De cualquier modo, lo pintado nunca pierde la esencia de lo real. Las claridades transforman el perfil de lo que tengo ante mis ojos, pero no lo maltratan, ni mucho menos lo anulan. Así, al amanecer, la montaña de enfrente pareciera un volcán que transmite sus fuegos para animar la mañana; a la tarde, la luz cansada torna la montaña verdinegra en un rojizo llamear de hastíos.

No es impresionismo lo que nos están presentando. Ni una deformación ocular que traslada la belleza de sitio, más bien es un despropósito de sombras acumuladas que dejan al mar sin el azul del agua y convierten los valores en un hacecillo de ignominias. No, no es impresionismo, sino deformación oscurantista del que mira a través de unos ojos que trastocan lo legal en conveniencias.

Quiero desterrar de mi pensamiento lo que León Tolstói proclamaba sin remilgos: “El gobierno es una asociación de hombres que ejercen violencia sobre todos los demás”.

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