Hoy: 22 de noviembre de 2024
Desde adolescente disfruté del periodismo de calidad sin saberlo. Papá me enseñó. En TV-2 disfrutábamos de los reportajes internacionales de Mario Velásquez. Fui fanático de Oriana Fallacci. Leía (cuando podía) a Daniel Samper Pizano de Colombia y a Jacobo Timerman de Buenos Aires. No me perdía ni un solo reportaje de Pilar Bonet desde Moscú para El País, periódico que recibía por correspondencia (en papel cebolla, el compendio semanal).
Seguí el final del felipismo en España en las columnas de Raúl del Pozo en El Mundo y con «La Tronera» de Antonio Gala. Ayudado de un diccionario al inicio, leía The Economist y The New York Times (Seymour Hersh, los domingos). Hoy estoy suscrito. Desde México me llegaba la versión en español de Le Monde Diplomatique de Ignacio Ramonet, con análisis geopolítico de fondo, aunque con demasiada carga ideológica. En New Orleans en 1999, con palomitas de maíz y Coca-Cola, vi el estreno de la entrevista de 2 horas que Barbara Walters le hizo a Mónica Lewinsky en 20/20 de ABC.
Con esas credenciales y puntos de comparación, opino que el periodismo de Panamá de hoy, salvo minoritarias y honrosas excepciones, es de muy baja calidad.
El problema de fondo es que el periodismo de Panamá, en su mayoría, no es independiente. Desde diversas perspectivas. Es un hecho notorio que los principales medios responden a intereses políticos o económicos concretos. Están los medios de RM, los de B, los de W, los de los GR, los de S, etc. En todos los países hay líneas editoriales y tendencias políticas en los medios, pero en Panamá llegan al extremo de que, siguiendo agendas, son capaces de omitir hechos con evidente interés público o de poner en primera plana informaciones dudosas.
Los periodistas en Panamá están muy mal pagados y eso los hace vulnerables. He sido funcionario público de alta jerarquía. En más de una ocasión, luego de ruedas de prensa, me tocó recibir propuestas indecentes, inmediatamente rechazadas, de periodistas pidiendo favores de la burocracia estatal, argumentando que tenían que redondear sus ingresos de alguna forma.
Además, la mayoría de los periodistas exhiben bajo nivel educativo. Pareciera que no son lectores y muchas veces muestran que carecen de las herramientas básicas de dominio del idioma castellano y de contexto histórico, económico, geográfico y similares. Cuando, muy raramente, les toca entrevistar a alguna figura de talla mundial o regional, quien observa o lee la entrevista, se queda con la sensación de que se perdió la oportunidad.
Muchos creen tener el pulso de la realidad solamente revisando y comentando lo que «se dice» en redes sociales. No sé si es por esas debilidades que personas que no son periodistas, como abogados o empresarios, quedan ocupando puestos directivos de medios de comunicación, lo cual tampoco es correcto.
El tema de la falta de conocimiento en un periodista es un problema profundo. Porque, aunque tenga la voluntad y la posibilidad de ser independiente, realmente no podrá serlo porque es francamente manipulable. Dudará de lo que no debe dudar y dejará pasar la verdadera historia. «A la sombra de la ignorancia trabaja el crimen», decía el dueño de la espada ante la cual Felipe VI no se quiso levantar en Bogotá. Peor aún, si esto se combina con la enorme dependencia que los medios de comunicación tienen, especialmente la radio, de la publicidad estatal y de las grandes empresas.
La consecuencia es que vivimos en una situación donde la agenda pública de los medios y periodistas tiene un marco de acción preestablecido, un campo de lo políticamente correcto, dentro del cual se puede criticar, pero sin cruzar ciertas líneas.
Un ejemplo se vio claramente en la explosión social reciente que paralizó al país por el alto costo de la vida. Aunque los datos fríos muestran que Panamá es uno de los países más desiguales de América Latina y con una informalidad de espanto, asunto de vieja data que ahora reventó, el establishment de los medios locales manejaba inicialmente la tesis de que la única razón de la protesta era el hartazgo sobre la corrupción política. Luego la presión de la realidad y el rol de algunos medios internacionales les obligó a modificar un tanto su línea.
Y cuidado, que, al hablar de corrupción, solamente se puede señalar la de ciertos funcionarios públicos, con merecida mala fama. A la empresa privada generalmente se la aísla del problema o se disminuye su rol. Todo el que hable de desigualdad y de exclusión social puede ser descalificado como “comunista” y fin del debate. Ese es el guion.
Todos en Panamá sabemos lo que ocurre con el periodismo. Todos sabemos que los medios y sus periodistas están, en su gran mayoría, controlados por sectores de interés político y económico. Pero somos presos de una hipocresía que nos obliga a simular que nada pasa. Panamá atraviesa una grave crisis institucional y económica. Nuestro periodismo es parte del problema.
Publio Ricardo Cortés C. es abogado independiente en Panamá. Además, ejerció como funcionario de Finanzas y jefe de la Administración Tributaria de su país.