La risa de una mujer siempre ha sido más que un gesto. Ha acompañado y ha protegido. En teatros, cines o televisión, el humor ha estado presente en la vida de los españoles. Sin embargo, durante siglos, esa risa tuvo un dueño: los hombres. Ellos escribían los guiones, ocupaban los escenarios y definían lo que debía ser gracioso. Las mujeres, en cambio, quedaban relegadas a papeles secundarios o se convertían en objeto de burla.
En los siglos XVI y XVII, cuando el teatro era el entretenimiento más popular, los roles femeninos estaban claramente delimitados. La criada entrometida, la beata hipócrita o la vieja alcahueta eran caricaturas que provocaban la risa, pero rara vez escapaban de la exageración. Además, las actrices vivían bajo estrictas normas sociales: debían estar casadas, no podían interpretar hombres y eran vigiladas moralmente. Pese a todo, algunas rompieron barreras. Mujeres como María Calderón o Manuela Escamilla dejaron su huella en los corrales de comedias. Otras, como Jusepa Vaca o Bárbara Coronel, desafiaron las reglas interpretando papeles masculinos, aunque eso les acarreó escándalos e incluso castigos.
A lo largo del siglo XIX, las mujeres ganaron visibilidad en el teatro, pero aún se enfrentaban a burlas y limitaciones. Personajes como la vecina curiosa o la chulapa madrileña servían para entretener, pero también criticaban la sociedad, la política y las normas de la época. Actrices como Balbina Valverde o Rosario Pino lograron que la mujer dejara de ser solo un accesorio en escena y se convirtiera en protagonista y figura pública.
El siglo XX trajo nuevas oportunidades, pero también nuevas limitaciones. La dictadura y la censura redujeron la libertad de las actrices. En radio y televisión, los papeles femeninos seguían estereotipados: madres preocupadas, criadas ingenuas o mujeres hipersexualizadas. El humor machista se disfrazaba de chiste fácil y reforzaba desigualdades.
Sin embargo, algunas mujeres comenzaron a cambiar las reglas. Rosa María Sardá, con su ironía y sarcasmo, mostró que la mujer podía ser protagonista y crítica. A finales de los 80, el dúo Las Virtudes rompió moldes con humor absurdo y provocador. Monologuistas como Eva Hache, Ana Morgade o Virginia Riezu llevaron esta transformación más lejos, escribiendo y protagonizando sus propios guiones. Hoy, figuras como Eva Soriano o Henar Álvarez demuestran que la risa femenina tiene voz propia y puede cuestionar estereotipos.
La risa ya no es solo cosa de hombres. Mujeres y hombres pueden reír, criticar y disfrutar por igual. La comedia femenina ha dejado de ser un segundo plano y se ha convertido en un espacio de resistencia, creatividad y libertad. La risa, finalmente, tiene nombre de mujer.