La reciente denuncia por presuntas agresiones sexuales cometidas en la década de los ochenta por el expresidente del Gobierno Adolfo Suárez ha vuelto a situar en el centro del debate público una realidad incómoda: el silencio prolongado de muchas víctimas y la responsabilidad colectiva de quienes miraron hacia otro lado. Desde el PSOE, el mensaje ha sido claro: escuchar, acompañar y asumir responsabilidades, incluso cuando los hechos se remontan a décadas atrás.
La presidenta del partido, Cristina Narbona, ha expresado públicamente su solidaridad con la mujer denunciante, subrayando el impacto emocional de un testimonio que ha permanecido oculto durante años. No se trata solo de una denuncia concreta, sino de una historia que refleja cómo el poder, el miedo y la falta de mecanismos eficaces empujaron a muchas mujeres a callar.
Narbona ha puesto el foco en el hecho de que, aunque el presunto agresor falleció en 2014, la Justicia todavía podría actuar si se demuestra que hubo personas que facilitaron, encubrieron o normalizaron esas conductas. La idea de los cómplices silenciosos introduce una dimensión clave: la violencia no se sostiene solo desde quien la ejerce, sino también desde los entornos que la permiten, según Europa Press.
Con cautela, la dirigente socialista ha evitado pronunciarse sobre debates simbólicos como la retirada del nombre de Suárez de espacios públicos, insistiendo en que lo prioritario es escuchar y respetar los tiempos, sin convertir el dolor de la víctima en un arma política o mediática.
Este caso emerge, además, en un contexto especialmente sensible. En los últimos meses, el propio PSOE ha tenido que afrontar críticas por la gestión interna de denuncias de acoso, como ocurrió con el excargo de Moncloa Francisco Salazar. La demora en contactar con las denunciantes evidenció fallos graves en los protocolos, con un fuerte impacto en la opinión pública.
Desde Ferraz se reconoce que los mecanismos aprobados no han funcionado como debían y que es necesario revisar y reforzar los protocolos antiacoso, no solo en los partidos, sino también en empresas e instituciones. El objetivo es claro: que ninguna mujer vuelva a sentirse sola o desprotegida cuando decide dar el paso de denunciar.
La reflexión que deja este episodio va más allá de unas siglas. Interpela a toda la sociedad sobre cómo se gestionan el poder, la memoria y la justicia. Creer a las víctimas, dotar de herramientas reales para denunciar y romper las redes de silencio no es una opción ideológica, sino una responsabilidad democrática.