Hoy: 11 de octubre de 2024
El deseo es un pueblo
sin luz donde siempre llega el pan
Alejandro Simón
Al final, no es bueno que nos pregunten por esa retahíla de desvelos en los que ha sobrevivido la vida. Una extravagancia de labios nos persiguió desde el principio como un tren que persigue estaciones y en ninguna se queda, pero sí la fotografía de haber estado, el humo de la luz en los cristales de cada ventanilla.
Al final, no es bueno que nos pregunten si acertamos o no con los libros leídos: teníamos los libros que teníamos y a los que no nos gustaba la coliflor, como no había otra cosa, también nos salieron escarchas blancas en la boca. Todo o casi todo fue un deseo; a la realidad, sin embargo, le teníamos miedo por si con ella nos hubiera alcanzado antes la tristeza. Y aprendimos a huir en las alas sin destino de la imaginación.
Los libros, las noches en vela, los aprietos del alma, los naufragios de Luis Cernuda se fundieron en un bloque de gasas con este nombre: “La realidad y el deseo”. Y con ellos hemos llorado todos un poco, porque la realidad apuñaló para siempre aquel deseo y el deseo, desmesura intratable, conserva su sangre y sus heridas sin poder moverse más allá del clamor de los pueblos, adonde siempre hay pan por más que la luz se dé menos prisa en llegar.
Luis Cernuda se lamenta:
Todo es triste al volver.
Aún va conmigo como una luz lejana
aquel destino niño,
aquellos dulces ojos juveniles,
aquella antigua herida.
No, no quisiera volver,
sino morir aún más,
arrancar una sombra,
olvidar un olvido.
Yo tampoco quiero volver a sufrir las preguntas de nadie, ni mis preguntas. Detesto dar explicaciones de lo que no puede explicarse, del perfume del llanto, de la salivilla del beso. Un gran signo de interrogación es nuestra silla de ruedas que responde a una escasa velocidad de crucero, que no puede ir más aprisa por estas manos, por esta voluntad alicaída.
¿Quién se atreve a preguntarle a las mañanas con quién estuvo escondida tantas horas? O ¿a qué remiendos de qué casas fueron a parar los escombros de la dicha?… Nuestra realidad puede que esté multiplicada en las columnas de los otros y los deseos –ay, los deseos— siguen con la lengua fuera, atravesando desiertos.