Divino y humano junto

25 de diciembre de 2025
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Los reflejos que emanan del cristianismo son luces permanentes que nacen de estrellas escondidas…

Con frecuencia oímos decir “yo parece que hubiera nacido en otro tiempo” o “se adelantó a su tiempo”. Y esto se manifiesta como si fuese un mérito, como si los relojes hubiesen hecho una trampa hasta dislocar a las agujas.

Lo verdaderamente plausible es saber en qué tiempo vivimos, la cultura de nuestro alrededor, la aceptación o rechazo de cuanto nos rodea y la mejoría que estamos en condiciones de aportar.

Debiéramos vivir siempre un tiempo de fraternidad. Octavio Paz argumenta que la reconciliación es hermana de la liberación. Yo entiendo que cuando somos capaces de liberarnos de lo estéril, de lo que ya no puede cambiar, se comienza a desarrollar la paz interior, tan deseada. El fundador del Opus Dei indicó a los suyos que los trapos sucios han de lavarse en casa; y en esta Casa grande de España, que es de todos, yo animo a que no se busquen más detergentes, sino más bien se renueve el vestuario de la inteligencia.

La segunda notificación de nuestro tiempo y de acomodarse oportunamente en nuestro sitio, es la cultura, que ha informado y formado nuestra vida.

Parece ser que a algunos les pesa haber nacido y haberse criado en una cultura cristiana. Quizá porque le haya ido mal en ella a causa de no haberla sentido, no haberla entendido o no haberla estudiado. Los reflejos que emanan del cristianismo son luces permanentes que nacen de estrellas escondidas.

El ejemplo más al alcance de todos puede que sea el de la Navidad, que colectivamente nos enseña a ser más humanos, ofreciendo más vida a la vida. Tiempo de afectos brotados en esa cuna donde se estremece un Niño que ha nacido para limpiarle al mundo las legañas de la sombra.

Cualquier intento de prenderle fuego a nuestro tiempo y a nuestra cultura, es desear la ruina de una sabiduría evangélica con tan excelentes resultados; un riesgo de locos, como clavarse una daga en el corazón de la felicidad.

Y finalmente, qué se puede mejorar en el tiempo y en sitio adonde cada uno vive. Esto es mucho más fácil: mejorándose uno a sí mismo. No dejando en el aire colgadas las buenas intenciones, sino bajando a las calles de cada día, sorteando las indigencias de los que quieren engañarnos y asumir el eco de las necesidades.

Que cada cual aguante su vela. Pero que la vela, si es posible, esté siempre encendida.

¡Dios no descansa!

Pedro Villarejo

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