La política a cara de perro

31 de octubre de 2022
3 minutos de lectura
José-Miguel-Ayllón

JOSÉ MIGUEL AYLLÓN

Desgraciadamente estamos viviendo tiempos de crispación y desencuentro, próximos a la violencia y a la involución. No se trata sólo del caso español; el distanciamiento y desconfianza hacia y desde nuestros partidos principales y sus aliados. Me refiero al PSOE y el PP. Si miramos al resto del mundo, lo nuestro se queda en mera anécdota.

El odio, el menosprecio, el insulto y la llamada a la rebelión violenta, caso de no ganar las elecciones, son una constante en algunos países, no menores. Este odio visceral y ponzoñoso que escupen los candidatos, se derrama en el comportamiento del pueblo como urticaria. Los votantes de uno y otro lado ocultan su voto ante los encuestadores para no ser señalados, reconocidos y perseguidos. O eso temen. Esto, cuando no engañan directamente al encuestador. El votante tiene miedo, miedo a un futuro donde manden otros, los otros, los antagonistas; el enemigo, que sin duda le perjudicará y le arrebatará su libertad y su futuro; la opción política denostada que destruirá su concepto de patria y hogar, esto teme el votante. Se trata de una representación catastrófica animada por los candidatos. Qué cerca está la violencia del miedo, el miedo suele ser la espoleta del odio y de la violencia.

Hoy, cuando escribo esto, se celebran elecciones presidenciales en Brasil (segunda vuelta), cuyo estado de crispación solo es comparable a las “justas” medievales, de tal manera que cabría un “duelo” entre Bolsonaro y Dasilva, donde se enfrenten ambos púgiles. Los veo armados con bastones y enterradas las piernas, enraigados, uno junto al otro, como la famosa pintura de Goya; no cabe más odio.

Peor aún es el caso de los Estados Unidos, donde el pueblo, o gran parte del pueblo, está armado y, donde esto, portar armas letales, es constitucional (segunda enmienda de 1791, ahí es nada). Y también o consecuentemente, es legal y pertinente utilizar estas armas cuando está en juego la democracia y la propia libertad individual; es decir, enfrentarse a la tiranía de forma violenta es lícito; así la Constitución de Virginia (1776) adoptó el lema Sic Semper Tyrannis, que es algo parecido a así ha de hacerse siempre con los tiranos, frase atribuida a Bruto cuando apuñalaba inmisericorde a su padrino, Julio César.

Basta recordar que su anterior presidente, Donald Trump, ha llamado al pueblo a la rebelión ante lo que considera un pucherazo. El problema no es que un presidente haga tal llamado o arenga, el problema es que la mayoría de los votantes republicanos cree, aún hoy, que Joe Biden es ilegitimo. Según estudios, el 70 % de los votantes republicanos cree en el robo de las elecciones, esto representa a 50 millones de votantes. Se trata de un dogma o artículo de fe  interiorizado por esta importante población republicana. Esta doctrina no está sujeta a cambios porque tal o cual tribunal establezca que no hay pruebas de fraude electoral, no: muchos republicanos son acérrimos de tal pensamiento y amenazan a los demócratas o a los funcionarios encargados de contar votos o publicarlos. Muchos de ellos hablan públicamente de “guerra civil”, comparando la situación actual como la previa a la declaración de secesión de los estados confederados.  Es muy alarmante, aunque sólo un porcentaje de esos 50.000.000 de republicanos “got his gun” y la emprendan a tiros si no ganan las elecciones. Se dice que será un pueblo contra otro, un condado contra otro, un Estado contra otro. Para echarse a temblar.

Esta insidia visceral es la causante del ataque al Capitolio, de reiteradas y múltiples amenazas a congresistas (que se han incrementado exponencialmente desde 2021) y el propio atentado contra el marido de Pelossi. Tal animosidad, agresividad, tendrá su reflejo en las elecciones al Congreso (y parte del senado) que se celebran el próximo día 8.

El problema a mi parecer es la desconfianza en la democracia desde el nacimiento del ejercicio de la soberanía; esto es desde el momento de depositar el voto, luego la desconfianza en el sistema. Cómo decirlo, no sólo se desconfía en que el voto finalmente cuente y favorezca la opción que elegiste, sino lo contrario: se tiene la convicción de que tu voto va a ser sumado a la opción política contraria, lo cual es insufrible. De ahí al levantamiento popular sólo hay un paso.

Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar. Este estado de polarización y desconfianza en el sistema, puede contagiarnos; de hecho ya estamos contagiados. Es por tanto necesario regenerar la confianza en nuestra sociedad, en nuestro sistema, en nuestro estado. Imponiendo sistemas transparentes y comprobables de la imposibilidad de fraude electoral y, en cuanto al resto del sistema democrático, también necesitado de confianza, exigir a quienes nos gobiernan un acatamiento sin matices a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico; interpretándolo rectamente y aplicándolo siempre en beneficio de la libertad y la democracia. Pues, como decía Churchill: la democracia es el peor sistema inventado por el hombre, a excepción de todos los demás.

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