Hoy: 5 de diciembre de 2024
El pequeño mundo de los climatólogos, expertos verdaderos o falsos, creadores de opinión y organizaciones no gubernamentales se reunió a principios de noviembre en Bakú, la capital de Azerbaiyán, un Estado autoritario que vive enteramente de sus recursos de petróleo y gas.
Se trataba de una elección paradójica, ya que Azerbaiyán había pagado sin duda un alto precio por acoger este acontecimiento de lujo conocido como COP 29, un misterioso acrónimo que significa Vigesimonovena Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático. Durante tres semanas, por vigesimonovena vez, la conferencia habrá reunido a cerca de 30.000 personas.
Esta población verde viaja, en avión, de cumbre en cumbre y de seminario en seminario, para alertarnos sobre las alteraciones del clima. Alteraciones respecto a qué, no lo sabemos realmente. Al término de la cumbre de Bakú, los países ricos presentes, principalmente la Unión Europea, se comprometieron (el 24 de noviembre) a donar 300.000 millones de euros al año hasta 2035 para ayudar a los países pobres a adaptarse al calentamiento del planeta.
Los países pobres en cuestión, más representados que los países ricos, protestaron enseguida por la mediocridad de esta donación, argumentando que los países ricos llevan dos siglos contaminando, mientras que los países pobres, que no han terminado su revolución industrial, han sido hasta ahora más respetuosos con la naturaleza. En cierto modo, debido a su subdesarrollo, tienen necesariamente derecho a una compensación por el retraso.
Cabe señalar que los dos países que emiten actualmente las mayores cantidades de gases de efecto invernadero, China e India, no tienen ninguna intención de ayudar a financiar la transición de los países pobres hacia una economía no contaminante; en general, estos países pobres no tienen ninguna economía.
Pero ¿es lícito practicar la ironía si nuestro planeta está realmente abocado a una catástrofe debido al cambio climático? Por cierto, el término «cambio» ha sustituido al de «calentamiento», lo que nos deja abiertos a todo tipo de hipótesis. La respuesta a esta pregunta no la sabremos hasta dentro de unos cincuenta años, ya que los fenómenos climáticos son tan lentos que no pueden medirse de un año para otro, ni siquiera en diez años.
Sé muy bien que los medios de comunicación atribuyen ahora cualquier tormenta al cambio climático y aseguran que los más pobres del planeta son los más afectados. Los climatólogos honestos, porque los hay, no propugnan este apocalipsis mediático; consideran que es absolutamente imposible explicar un acontecimiento como un tornado o un huracán por una evolución lenta y global. Por ejemplo, sería deshonesto atribuir las trágicas inundaciones en Valencia al cambio climático, cuando la causa fue un desarrollo urbanístico mal gestionado. También hay climatólogos honestos y escépticos a la vez, que nos instan a actuar con anticipación y por precaución, aunque no estemos seguros de la naturaleza del cambio climático, ni de la eficacia de nuestras acciones.
El tema es ciertamente complejo; aunque nadie duda de que se está produciendo un calentamiento global, existe una viva controversia científica sobre la causa del mismo. Cabe señalar, por ejemplo, que la subida del nivel del mar, que es una manifestación concreta del calentamiento global, comenzó a finales del siglo XIX; por eso es difícil aislar el motivo, ya que en aquella época la revolución industrial apenas había comenzado y las emisiones de gases de efecto invernadero eran aún muy limitadas. Pero admitamos que la Tierra se calienta y que nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo de dióxido de carbono, contribuyen efectivamente a ese calentamiento. ¿En qué porcentaje? No lo sabemos.
En general, los climatólogos calculan que el ser humano contribuye en un 40% al calentamiento causado por los gases, lo que deja un 60% sin explicación. Supongamos que podemos actuar sobre este 40%; nuestras acciones cotidianas, llenas de buena voluntad y veneración por el planeta tal como es, contribuyen a nuestra buena conciencia, pero no tienen ningún efecto significativo sobre el calentamiento global. La mejor prueba de ello es que, a pesar de sus esfuerzos, la Unión Europea, considerada la alumna buena en la película del clima, registra un aumento anual continuo de las emisiones de gases de efecto invernadero y de la temperatura media.
Y qué decir de China e India, que participan en todas las cumbres mundiales sobre el clima, pero en el fondo no creen ni por un momento en la hipótesis del calentamiento global provocado por el hombre. Para ellos, el desarrollo económico es la prioridad. Estos dos países persisten en basar su producción energética en el carbón. No hay nada que contamine más. En ocasiones, las autoridades chinas dan a entender que el único propósito de esta película climática es frenar su progreso.
Supongamos que China e India se equivocan y que la Unión Europea tiene razón, una Unión Europea bastante aislada desde que Estados Unidos, con Trump, se empeña en no contribuir en modo alguno a limitar los gases de efecto invernadero. Y eso que Europa apenas representa el 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero. En resumen, si los gases de efecto invernadero producidos por la actividad humana contribuyen al 40% del calentamiento global y Europa representa el 20% de ese 40%, nuestra política de transición se vuelve puramente simbólica. Quizá Europa tenga razón. Lo veremos dentro de 50 años.
Preguntémonos, sin ironía, por los 300.000 millones anuales que los países desarrollados, es decir, Europa, van a destinar a los países pobres para ayudarles a llevar a cabo la transición hacia una economía sin gases. La experiencia de la ayuda al desarrollo demuestra que ningún país pobre se ha enriquecido gracias a ella. En el mejor de los casos, ha contribuido a mejorar la salud pública, eliminar algunas epidemias y aumentar la esperanza de vida.
Todo esto es muy loable, pero no tiene nada que ver con el calentamiento global. Entonces, ¿dónde se van a invertir los 300.000 millones de euros anuales, si nos atenemos a la experiencia de la ayuda al desarrollo? Hay que prever que la mitad irá directamente a los bolsillos de los dirigentes de los países en cuestión, y que la otra mitad se invertirá en proyectos de dudosa utilidad, generalmente denominados elefantes blancos. Quizá una parte contribuya a la transición climática. Pero para que haya transición climática, primero tiene que haber desarrollo. Y en África, puesto que se trata esencialmente de África, no hay desarrollo. Entonces, ¿cómo pasar de cero a cero? Dentro de 50 años tendremos la respuesta.
Por último, ¿por qué los más ardientes defensores del planeta se sitúan políticamente a la izquierda y los escépticos más bien a la derecha? Desde el principio de la controversia sobre el cambio climático, ha sido imposible disociar la ciencia de la ideología; ¿es una coincidencia que los ecologistas más apasionados hayan sustituido a los partidos marxistas de antaño y estén comprometidos en la misma lucha contra la economía capitalista y la globalización? No digo que los ecologistas sean unos hipócritas, porque a lo mejor tienen razón. Lo veremos dentro de 50 años. Sin embargo, la manipulación de la ciencia con fines políticos no es del todo nueva. El propio Marx afirmaba que era un científico; describía su socialismo como científico en contraposición al socialismo francés, que calificaba de utópico.
¿Estaban los 30.000 participantes en la cumbre de Bakú motivados por la ciencia, por la ideología, por la conciencia tranquila, por el deseo de salvar el planeta o por el de abrazar una causa? La principal lección de esta fiesta en Azerbaiyán es, de hecho, demostrar hasta qué punto la humanidad necesita adoptar causas que tengan apariencia de justicia y moralidad. El clima es una causa; las hemos visto peores. Pero hoy por hoy, no podemos afirmar que sea justa. Ya les digo: dentro de 50 años.
*Por su interés reproducimos este artículo de Guy Sorman publicado en El Nacional