La manada más cruel

10 de diciembre de 2022
5 minutos de lectura
| Fuente: Pexels

Había comenzado el otoño, llovía desde hacía varios días y las mañanas con niebla eran diarias. Se levantó cansada, la noche le pareció muy larga y después de tomarse un café cargado se asomó al gran ventanal del despacho para admirar la preciosa vista a la bahía, pero está vez no funcionó, estaba muy preocupada con lo vivido la noche anterior.

Se sentó ante el ordenador y buscó con nerviosismo noticias locales, y allí estaba la noticia que esperaba. Ella había sido la primera en vivir esa experiencia espantosa que le costaría tanto olvidar. Se quedó pensando todo lo que vio y vivió junto a aquella chiquilla indefensa y herida.

Venía de un evento de su empresa y después de cenar se le hizo tarde para regresar a su casa. Bajó al parking para recoger su coche. ¡Qué silencio! -pensó. Estaba en la segunda planta y no se veía a nadie. Entró rápido en el coche, cerró con seguro y se dispuso a salir de allí lo más rápido posible.

Al girar vio un bulto como de ropa en el suelo junto a una columna, pero se fijó en algo que le sobresaltó, una mano que asomaba entre los papeles y ropa. Sin pensárselo dos veces, bajo del coche y se acercó. En ese momento una mano ensangrentada movió los dedos, se sobresaltó y quitó los papeles de encima. Se estremeció ante la imagen que vio, era una niña de no más de trece o catorce años, su rostro ensangrentado, medio desnuda, con la ropa rota. La cabeza y nariz, así como sus brazos y piernas estaban impregnados en sangre. Parecía una agresión sexual, pero era imposible saberlo a simple vista.

Le preguntó su nombre pero no atendía, estaba totalmente en shock. Llamó al 112, y emergencias se ocupó en atenderla y tranquilizarla. La policía también estaba avisada. Llegaron inmediatamente, casi a la vez.

La niña estaba muy mal y respiraba con dificultad, tumbada sobre su propia sangre; menos mal que la ambulancia llegó rápido. Intentaron estabilizalar pero estaba muy mal y procedieron al trasladó inmediato. Se marcharon con ella al hospital y la policía comenzó a indagar la zona para ver si algo les podía dar una pista sobre lo acontecido.

Quedó citada para declarar al día siguiente en la central de policía. Se estremeció al recordarlo todo; qué espanto, y pensó: qué expresión de horror tenía la cara de aquella niña. Salió de casa y se presentó en la comisaría, la pasaron al despacho del comisario y allí explicó lo que había visto. No vio bolso alguno, ni nada que la pudiese identificar. “Sólo nos queda esperar noticias de alguien que notase la falta de la chica”, comentó el comisario; “gracias por avisar, es usted una buena ciudadana”. Se despidió y salió para ir a su trabajo.

En la puerta casi tropieza con un hombre muy exaltado que quería poner una denuncia por desaparición. Gritaba y decía, “sólo tiene catorce años ayúdenme, por favor”. Se quedó parada observando la escena y se fue con un sabor amargo en su boca.

En el hospital intentaban curar a la jovencita, estaba en coma inducido para poder, en ese estado de inconsciencia temporal, tratar sus múltiples lesiones. Por el pasillo del hospital, apareció el comisario acompañado del padre y la madre de Paola, ese era su nombre. La niña tenía quince años y era alumna de un colegio próximo a su domicilio. Preguntaron por el diagnóstico, sólo sabían los médicos lo que habían visto, pero tenían que hacerle múltiples pruebas.

Mientras la investigación continuaba, está vez tocaba el colegio, sus compañeros, profesores y su entorno más próximo. Hacia más de veinte días desde el suceso y poco a poco aparecían nuevas pruebas.

El comisario tenía desde hacía días el diagnóstico de todas las lesiones que encontraron en el cuerpo de Paola. Ademas de una costilla rota y otra astillada, y la nariz partida… Los tobillos, con múltiples moratones. Se apreciaba que la habían forzado pero no se vieron restos biológicos. Le habían introducido un objeto que le produjo desgarros, había perdido mucha sangre y gracias a la mujer que la encontró se pudo salvar.

Era un enigma, la idea era que habían intentado violarla, pero ese ensañamiento… aquello parecía una venganza. En el parte policíal aparecía un apartado que era sólo del conocimiento del inspector y del comisario. Y estaban trabajando sobre ello.

Una tarde el jefe de estudios del colegio se presentó en la comisaría para hablar con el inspector de algo que él había observado. Paola era una niña dulce, buena estudiante, con unos padres que la cuidaban. No tenía grupo de amigas fijas, sí tenía compañeras similares a su perfil. Los chicos la rondaban, era amigable con todos pero con ninguno en concreto.

El profesor continuó: “En su clase tengo un grupito de seis chicas de su curso que son terribles, siempre causan problemas y la tienen enfilada, pero Paola nunca se enfrenta a ellas, simplemente pasa. Para colmo un alumno y ella se han aproximado más y eso ha sido el detonante. Últimamente la acosaban en el recreo y más de una vez he tenido que intervenir. En ese grupo existe una dominante, es la más conflictiva. Sólo quería comentar esto. En el colegio esas alumnas están contando que la agredió un grupo de chicos como los de la manada, aquel terrible caso, y que fue víctima de una violación, que las mujeres no actúan así y que el caso estaba muy claro”.

El comisario escuchó en silencio y ató cabos. Se despidió del profesor y quedaron en que este les informase de cualquier situación relacionada con esas alumnas. En el hospital Paola fue despertada y decidieron esperar para poderla interrogar.

En el Colegio, el comisario comenzó con los interrogatorios y las declaraciones de las chicas, por lo que se fue cerrando el círculo; descartó a la mayoría. Quedaron como implicadas las seis conflictivas. Las familias se sentían muy ofendidas por las sospechas del inspector, pero cuando Paola despertó, todas las dudas quedaron resueltas.

La atacaron con rabia, con odio y con saña. Lo que se había ocultado a la prensa era muy simple. Guardado en el dossier figuraba un apartado. Le fueron arrancados mechones de pelo de la cabeza. Eso era la clave, no se ajustaba al perfil de los canallas.

Por desgracia, con la declaración de Paola quedaron descubiertas como ejecutoras del plan diabólico para hacer daño sin recibir el castigo. Pretendieron disfrazar el delito pero no lo consiguieron. La maldad no tiene nombre ni sexo, la puede ejecutar cualquier ser sin humanidad.

Las seis fueron condenadas. Sabían lo que hacían pero eran menores de edad y la condena fue más laxa.

2 Comments

  1. Relato con una reflexión muy interesante: no importa la edad o si eres hombre o mujer, la cuestión es que quien hace un crimen a consciencia, debe pagar por ello en consecuencia. A veces uno se pregunta si no deberíamos tomar la justicia por la mano, ya que en ocasiones estas leyes que tenemos en España, en vez de proteger a la víctima, la desprotegen. ¿Importamos algo en esta sociedad o es que no somos nada?

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