La jueza Elara Vans, una dominatrix con un harén de bandidos a los que encarcela para poseerlos (capítulo 6)

25 de julio de 2025
6 minutos de lectura
Cárcel Extremera
Una celda de la prisión de Extremera.
«La agresión es a menudo una máscara para el sufrimiento, un grito de dolor no expresado que busca ser escuchado, incluso si es a través de la destrucción» (Dra. Harriet Lerner, psicóloga clínica)

Elara Vans se niega a sí misma el impulso de externalizar esa posesión y ese deseo ardiente por los hombres que juzga. Es una batalla interna en la que su fachada de control y justicia imparcial se resquebraja ante la violenta verdad de su anhelo por ser poseída por ese «bandido».

Ese deseo, profundamente reprimido, es lo que la impulsa a condenarlos, a ejercer un control distorsionado sobre ellos en el único espacio donde se permite esa «posesión»: el tribunal y la prisión.

Para ella, los hombres que no puede tener la frustran y la insatisfacen, y es en la cárcel donde, de manera retorcida, construye su propio «harén» de «bandidos» que son «suyos».

El ideal de la justicia se encarna en la figura de Astrea, la diosa que, con su balanza equilibrada y su espada justiciera, simboliza la imparcialidad y la búsqueda de la verdad.

Su abandono de la Tierra por la maldad humana subraya la pureza de principios que se espera de quienes imparten justicia.

Pero, ¿qué ocurre cuando la balanza se inclina por motivaciones personales, y la búsqueda de la verdad es sustituida por el ansia de condena? La historia de la jueza Elara Vans es un claro y perturbador ejemplo de esta desviación.

Conocida por sus fallos en casos de género, la jueza Vans ha sido señalada por condenar hombres inocentes, incluso manipulando pruebas y elementos de convicción. Su verdadero fin no era la justicia, sino la sentencia misma.

Esta conducta se aleja drásticamente de la rectitud de Astrea, quien anhela la armonía y la equidad. Elara Vans se ha dejado llevar por una agenda que eclipsa la objetividad esencial en un tribunal.

Sed de condenas

La Filosofía de «Con los Ojos Cerrados» y la Sed de Condena de Elara Vans. Aquí es donde la introspectiva letra de «Con los Ojos Cerrados» de Gloria Trevi cobra una resonancia singular y reveladora.

La canción narra la profunda necesidad de una presencia masculina que, aunque ausente físicamente, se siente con los ojos cerrados, hablando como a un amigo, teniéndola a su lado. Es un lamento por lo que se anhela y no se tiene, una conexión que persiste en la negación:

Me he vuelto a equivocar

Y no sé ni qué pensar

No soy la misma de ayer

Hoy me siento enloquecer

Con los ojos cerrados

Te siento a mi lado

Y aunque no estés conmigo

Te hablo como a un amigo

Con los ojos cerrados

Te tengo a mi lado

Y no quiero despertar

Para no verte marchar

Pero la canción va más allá, expresando una vulnerabilidad que se niega a aceptar la realidad, un anhelo de creer incluso contra toda evidencia:

Y con los ojos cerrados

Yo quiero creer

Que sí me estás amando

Y con los ojos cerrados

Yo quiero sentir

Que tú estás aquí

Que no te has ido

Que sigues conmigo

Si aplicamos esta filosofía a la jueza Elara Vans, su implacable actitud condenatoria hacia los hombres, particularmente en sus sentencias, podría interpretarse no como un rechazo absoluto, sino como un grito velado, una necesidad profunda y negada de ellos.

Sus condenas se convierten en una manifestación perversa de la carencia, una forma de «tenerlos» a su lado, aunque sea a través de la privación de su libertad.

La manipulación de pruebas y la búsqueda obsesiva de la condena serían el reflejo de esta negación inconsciente de su propia vulnerabilidad y anhelo de conexión hacia los hombres. Es como si, con los ojos cerrados a la verdadera justicia y a su propia realidad emocional, Elara Vans estuviera proyectando su incapacidad para tener al hombre que anhela de una forma sana.

Por no poder tenerlo, se cobra en ellos su imposibilidad, transformando esa falta en un acto de poder destructivo. Ella, como la voz en la canción, quiere «creer» que tiene control, que su dolor se compensa con la condena, pero es una creencia autoimpuesta con los ojos cerrados a la verdad de su propio corazón.

El síndrome de la destrucción por impotencia: la lógica perversa de Elara Vans

Desde una perspectiva psicológica y psiquiátrica, el comportamiento de la jueza Elara Vans encaja con dinámicas asociadas a la envidia destructiva y a la búsqueda de control compensatorio ante la impotencia emocional.

No es un síndrome con un nombre específico, pero es una manifestación de una profunda frustración. En esencia, Elara Vans opera bajo la premisa de «destruyo lo que no puedo tener».

Ante la incapacidad o la impotencia de establecer una conexión o de tener al hombre que anhela de forma espontánea y saludable, la jueza recurre a la destrucción.

Al condenar, manipula el entorno para «sentir suyos» a los hombres, teniéndolos «a sus pies» a través del poder punitivo de la ley. Este acto de condena se convierte en una forma pervertida de posesión y control, donde el sufrimiento ajeno calma, momentáneamente, su propia carencia emocional.

Es la encarnación de la frase: «destruyo lo que no viene a mí espontáneamente, entonces siento míos a los hombres al condenarlos, y es una manera de tenerlos a mis pies.» Un mecanismo de defensa maladaptativo que busca compensar la vulnerabilidad personal con un sadismo ejercido desde la posición de poder.

Aunado a esto, el perfil de Elara Vans como una mujer «ruda», aparentemente inquebrantable y superior a todo, esconde una profunda insatisfacción sexual y afectiva, una mujer llena de carencias emocionales en el fondo.

La imposibilidad de entregarse o de ser deseada en una relación íntima genuina — «si los hombres no son míos y no vienen a mí y no me hacen el sexo, no me hacen el amor» — la lleva a transformar esa carencia en dominación.

Para ella, condenar a los hombres es la única vía para tenerlos: no en su cama, sino en la cárcel; no por deseo mutuo, sino por su obediencia forzada a la sentencia que ella misma dicta. Así, la prisión se convierte en el sucedáneo retorcido de una conexión que su perfil rudo y su inseguridad más profunda le impiden alcanzar libremente.

La condena judicial se erige como el último recurso para afirmar un control absoluto sobre el deseo que ella no puede ni sabe cómo despertar o recibir espontáneamente.

Este fenómeno, aunque multifacético, se relaciona con lo que en psicología se conoce como atracción por lo prohibido o el poder, y en casos extremos, con la hibristofilia, el síndrome de «Bonnie y Clyde», donde la atracción sexual o emocional se dirige hacia personas que han cometido crímenes.

Aunque en Elara Vans no se trata de enamoramiento directo, su perversa lógica radica en su rol de jueza, donde el poder de encarcelar a los hombres se convierte en una distorsionada forma de poseerlos.

Es una retorcida fantasía de control donde, en su mente más profunda y pervertida, incluso anhela ser asaltada, ser poseída por un hombre, sentir la virilidad, la fuerza de ellos sobre ella, ser estrujada e incluso maltratada. Esta es un ansia, una especie de perversión que ella mantiene, y por eso los condena, por eso los destruye.

La condena se vuelve un preámbulo, un juego de poder que desemboca en esta oscura y reprimida necesidad de que esos hombres, a quienes ella somete, la vean y la tomen de una forma que ella no puede alcanzar en la realidad, convirtiendo el acto judicial en una grotesca fantasía de posesión y control sádico-sexual.

Astrea vs. Elara Vans: La Corrupción del Ideal y el Destino Final

La comparación con Astrea es, por lo tanto, no solo pertinente sino también dolorosa. Mientras Astrea simboliza la esperanza de un juicio justo e imparcial, la jueza Elara Vans ha adoptado el rol de una anti-Astrea.

En lugar de equilibrar la balanza, la inclina; en lugar de usar la espada para defender la verdad, la emplea para herir indiscriminadamente.

Su legado, si no se rectifica, será una sombra sobre la justicia de género, una mancha que desvirtúa la noble causa de la igualdad. Su accionar revela cómo la ausencia de auto-reflexión y la negación de necesidades emocionales pueden corromper incluso los pilares más sagrados de la sociedad.

En razón de todas estas conductas, de su manipulación de la justicia, su perversión del poder y la profunda miseria emocional que la impulsó a condenar inocentes, el destino final de Elara Vans no podría ser otro. Arrastrada por sus propias llamas internas, por el odio y la frustración que sembró, su existencia se convierte en un círculo vicioso de tormento eterno, reflejo de la agonía que infligió.

En el abismo, una figura sombría la recibe.

Satanás sale a su encuentro y le dice: «Elara, te he estado esperando.» Se escucha el rechinido de dientes de ella, un eco de su tormento. Y así, Elara Vans se quema y arde en el infierno, en un círculo vicioso para toda la eternidad.

«Cuando la carencia emocional se disfraza de poder, la justicia se convierte en un arma personal, y el castigo en un eco distorsionado del deseo» (Dr. Peter Fonagy (Psicoanalista y experto en teoría del apego)

Dr. Crisanto Gregorio, exsacerdote, psicólogo, abogado

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