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La hormiguita danzarina

Para Ari Garrido Bartolomé

La hormiguita danzarina no descansaba nunca. Con piruetas y azarosa iba y venía de un lado a otro para acabar en ningún sitio. Su labor un rito como un trajín sin final. Una tarea siempre inacabada ya que una acción llevaba aparejada otra, y así se encadenaban actos en una rueda constante, imparable, sin principio ni final definido. Un para siempre rodando en lo eterno. El trabajo repetido pierde utilidad. No aprovecha a nadie.

El hormiguero solo era un lugar de paso, nunca hogar definitivo donde quedarse. Quién no permanece nunca encuentra acomodo y además nunca se le espera. Nadie pertenece a un rincón cuando el viaje es continuo. Aunque sean otras, pensaba, siempre transportamos la misma piedra. Mejor sería dejarlo y empezar a renombrar a las semejantes para así ser capaz de distinguirlas, perder la confusión de lo absolutamente similar. Ser, por fin, distintas entre las iguales.

Cesó bruscamente el baile y la faena e inscribió los nombres de todo el hormiguero en un registro. Luego las fue llamando una a una hasta que nombradas por fin se reconocieron. Finalizado, volvió a la tarea y pensó que con apellido, al menos ahora, si parecían ser originalmente diferentes. Satisfecha, y con amplia sonrisa, volvió a sus danzas.

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