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La dedicatoria

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La alcaldesa de la ciudad donde vivía, tuvo la consideración de invitarme a un recital de María Dolores Pradera, que tanta elegancia ha sabido trasmitir al mundo de la interpretación y de la música.

Antes del concierto entramos en su camerino donde la señora ponía en orden su colección de ponchos, sintiéndolos como si fueran criaturas que envolviesen su voz. María Dolores los alisaba con el estilete exquisito de sus dedos finos. En ese instante me di cuenta que también las almas se desean:

“No vendrá a por el rosario de su madre”, me sonrió con su delicia acostumbrada. Yo le regalé el último libro que había escrito: “Dedíquemelo, por favor que, a veces, lo mejor de los libros son sus dedicatorias”.

Salí de su presencia satisfecho y pensativo, dudando si lo mejor de la vida no es la vida misma, sino a quién se la dedicas. Puede que los santos, celebrados hoy, sean aquellos que acertaron en su vida al saber dedicarla a quien mejor correspondía.

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