La cajita de los secretos

28 de mayo de 2025
7 minutos de lectura

¿Ha vulnerado la atinencia gubernamental a la Razón de Estado en alguna ocasión? No lo parece. Integrar a la izquierda y a los nacionalistas en el Gobierno le satisface plenamente

Cuando un político honesto llega al Gobierno aupado por una victoria electoral limpia, la euforia le acompaña durante unos días. Se jacta interiormente de su victoria y se propone aplicar todo lo que durante su campaña electoral prometió. Se siente fuerte por la cantidad de votos, personas, que le han apoyado. Sin embargo, cuando apenas ha podido paladear las mieles de su triunfo, una persona, quizás, un académico prestigioso, un uniformado o un allegado que, hasta entones, consideraba secundario, le entrega una cajita y se va. Sorprendido, el político la abre y encuentra dentro una lista de cosas donde se le ordena que no debe, ni puede cambiar, ni siquiera plantear. Perplejo, se pregunta: ¿cómo que no puedo ni debo tocar…? Es ahí donde abre sus fauces la poderosa, invisible y oscura Razón de Estado.

Ya Nicolás Maquiavelo, Tomasso Campanella y Thomas Hobbes, en su Leviatán, nos habían alertado de esa profunda amalgama de intereses estatales intocables y secretos que, de ser alterados, descompensarían el necesario equilibrio que el Estado requiere para existir y sobrevivir sin desplomarse. En sus escritos, aquellos pensadores intuían lo que siglos después unos pocos hemos logrado humildemente descifrar y formular: que el Estado, como constructo político supremo, se desenvuelve en un paraje de atopía y acronía, fuera pues del espacio y del tiempo, por donde vaga en su soledad. Y lo hace por encima de las leyes de la Moral y del Derecho, leyes que se permite contravenir cuando le place: su supervivencia está en juego, parece creer. ¡Pero si el Estado no tiene sentimientos, ni voluntad, ni deseos y solo es un ente abstracto! se nos dirá. Y responderemos: claro, pero el Estado tiene intérpretes. ¿Quiénes son tales intérpretes? Los denominados consejeros áulicos. ¿Y quiénes son esos tipos? Pues explicaremos que se trata de personas generalmente inteligentes, desconocidas, con una información exclusiva sobre la historia de la sociedad nacional a la que pertenecen y presuntamente sabedoras de los propósitos, anhelos y afanes que atribuyen a sus conciudadanos, siempre y cuando coincidan con los intereses del Estado. ¿Son ellos quienes deciden? No. Quien decide es el decisor, el político. ¿Y entonces, qué hacen esos consejeros? Aconsejan. Recuerdan. Instan a decidir a quien debe hacerlo. ¿Y si el decisor se niega? Cae. Es derrocado. ¿Y qué pasa con él? Si cierra la boca, podrá disfrutar de una sosegada jubilación. ¿Y si no la cierra y se queja de lo que le ha sucedido? Lo pasará mal: su recuerdo será emborronado, degradado, vilipendiado y le será aplicada aquello que los romanos llamaban damnatio memoriae, el estigma que cayó sobre el emperador Calígula, magnífico gobernante, pero que se atrevió a ridiculizar al Senado nombrando senador a su caballo Incitatus. Los próceres vetustos no se lo perdonaron nunca y laboraron para que Calígula pasara a la Historia como un sátrapa enloquecido y abyecto. En otras ocasiones, no pocas por cierto, los políticos caídos en desgracia que no guardan silencio tras ser apartados del poder, son eliminados. Pero, todo esto parece muy injusto, ¿quién da tanto poder a los consejeros áulicos? No tanto poder. Ellos mismos están sometidos al mismo peligro, el riesgo de que la Razón de Estado, sustancia altamente tóxica, los infecte primero y los aplaste luego haciendo caer sobre ellos la misma maldición que estigmatizó al emperador romano… No resulta creíble, se nos dirá. Sí lo es.

Comprobemos, por ejemplo, cuántos directores de organismos de inteligencia han caído en desgracia: cinco, en los últimos tiempos. Otra pregunta: entonces, además del decisor, habrá personas que administren y apliquen las decisiones políticas previamente adoptadas, ¿verdad? Claro que sí: en el plano exterior, serán los Gobiernos, cuando los propósitos guiados por la Razón de Estado sean congruentes y viables y no ofendan a las convenciones internacionales ni contravengan usos y costumbres. ¿Y si las contravienen? Serán los servicios secretos los encargados de aplicar las directrices estatales, a toda costa. Suponemos que los servicios secretos se atendrán a las leyes. Suponéis mal.

Lo intentan, pero en muchas ocasiones, las prácticas encubiertas vulneran normas básicas, incluso, de humanidad. ¿Por qué? Recordad la máxima de Maquiavelo: “Nada hay ignominioso si redunda en beneficio de la Patria”.

Todo esto parece muy teórico… Bien, pues vayamos a lo práctico, a lo concreto, a nuestra actualidad. ¿Qué está pasando en España, porque, a qué se debe este permanente acoso a un Gobierno legítimo, el primero de coalición en 40 años de democracia, al que se trata a toda costa de impedir que gobierne? ¿Ha vulnerado la atinencia gubernamental a la Razón de Estado en alguna ocasión? No lo parece. Integrar a la izquierda y a los nacionalistas en el Gobierno la satisface plenamente. Tal vez se mantiene en el poder precisamente por atenerse a ella. ¿Entonces? La explicación más hacedera es que sobre la Razón de Estado española, que coincide en ocasiones y a grandes rasgos con la razón estatal de esa entidad a la que llamamos Unión Europa, se ha sobrepuesto el designio de un imperio que, en fase declinante, se ha propuesto seguir controlando un mundo que ya no puede controlar; pero donde algunas decisiones gubernamentales, como algunas españolas, no casan con algunos intereses de la superpotencia. Allí se ha producido un vuelco con el acceso a la Casa Blanca de un presidente atrabiliario, que está conculcando, precisamente, la Razón de Estado estadounidense, pese a que allí no creen que el Estado exista, puesto que casi todo allí está en manos privadas.

Realmente, no entiendo nada, nos dirá un lector atento, que se preguntará: ¿o sea, que quien atenta contra la Razón de Estado española es una superpotencia cuya Razón de Estado, irradiada al mundo, España incluida, está puesta en peligro por su propio presidente? Algo de eso está pasando. Miren, cuando Elon Musk, el supermillonario -que se confiesa bipolar- se ofreció para desarmar por decreto al Estado federal norteamericano echando a la calle a miles de funcionarios y desmantelando los ya de por sí endebles servicios públicos y sociales, lo que en realidad estaba haciendo no era ahorrar, sino poner en jaque los intereses estratégicos de Estados Unidos como Estado federal, pero Estado. Ahí sí que Donald Trump, permitiendo al surafricano hacer sus estupideces, amenazaba con desplomar el sistema político allí vigente desde hace 270 años. Pero, ¿cuál era la alternativa política que proponía? Se desconoce. El propio Trump lo ignora, pero sigue adelante en su labor de zapa. Por eso, los que saben de estas cosas le dan poco tiempo de vida política al segundo mandato presidencial del preboste inmobiliario del rubio tupé devenido en Presidente. ¿Cuánto tiempo le dan? Menos que al de algunos dirigentes europeos.

Volviendo aquí, a estos predios, ¿no parece demasiado rara la cadena de adversidades sobrevenidas en España, como últimas manifestaciones un apagón sin precedentes que dejó casi totalmente paralizado el país o el premeditado y reiterado colapso ferroviario? Verán, lo sucedido ha sido muy extraño; quizás obedezca a un fallo técnico multifocal, según dicen algunos expertos; pero, habida cuenta de la cadencia de intentos desestabilizadores de la política en España, algunos veteranos del pensar y del quehacer político, seguro que entre ellos figura algún que otro de los consejeros áulicos precitados, atribuyen toda esta secuencia de calamidades a una inducción premeditada por parte de alguien ubicado allende la mar o bien a alguno de sus aliados o compañías asociadas. ¿Por ejemplo? No sé, quizá una empresa tecnológica muy potente, teledirigida por el Gobierno arrogante de un Estado convertido en vicario del imperio, que trata de vender un producto mágico contra los apagones, que crea asimismo el apagón porque tecnológicamente puede hacerlo, acredita su producto y lo vende luego a media Europa aterrada por lo sucedido en España; y, de paso, además del negocio y como objetivo político, debilita o contribuye a desestabilizar al Gobierno que ha criticado sus políticas y las ha tildado, por ejemplo, de genocidas…¡Uf, demasiado retorcido para mis entendederas!. Hombre, cabe recordar que una firma de supuesta ciberseguridad que llevaba el nombre de un caballo alado, vinculada a ese mismo Gobierno vicario, perforó los sistemas telefónicos del presidente del Gobierno español y de al menos, tres ministros: Defensa, Interior y Agricultura. Esa firma tenía nexos crecientes y estrechos con un vecino de España bastante incómodo…

No sé, no sé. Las cosas pueden ser más sencillas… Claro, pero en geopolítica, raramente lo son. No hay explicaciones sencillas a problemas tan complejos como los descritos. Era necesario acallar las voces que desde Europa se oponen, siquiera débilmente, a la errática tarumbancia (termino éste de Álvaro Pombo) que muestran las directrices llegadas de Washington y que pretenden llevar a Europa, España incluida, a una confrontación directa con China. Y en España se sabe que, entre la población, hay resistencias muy serias contra tal impostura. Prueba de ello es que, en plena crisis arancelaria decretada por Donald Trump, a sabiendas de tal sentimiento de rechazo generalizado, el presidente del Gobierno español, con el placet de la UE, viajó a Pekín y conversó con el líder de la República Popular China. Algunos dicen que desde allende no se lo han perdonado y de ahí -y de algunas cancelaciones de compras de armas y muchas otras pequeñas trabas al designio imperial- procede presumiblemente, salvo lo generado por errores internos, casi todo lo extraño que ha sobrevenido hasta ahora en España y lo queda por sobrevenir. Echemos una mirada a los emprendimientos de algunos togados, al de algunas compañías energéticas, algunos grupos mediáticos e instituciones y comprobemos que, quizás ingenuamente, desconocen -o tal vez no- la sintonía desestabilizadora en la que están emitiendo.

En fin, confiemos en que la Razón de Estado estadounidense arregle allí las cosas cuanto antes y los intereses soberanos de España -y los de una Europa socialmente innovada- prevalezcan por encima de tantos impedimentos y malévolas zancadillas.

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