La ciudad romana de Baelo Claudia, en la costa de Tarifa (Cádiz), fue el puerto más importante de conexión entre Europa y África y sede de una boyante industria pesquera imperial. Pero un trágico evento ocurrido a finales del siglo IV d.C. estremeció la vida del asentamiento. Un tsunami con olas de más de cinco metros de altura devastó una parte importante del enclave que, a partir de entonces, no pudo recuperar su antiguo esplendor, según informa El Español.
Un amplio equipo de investigadores de diversas universidades e instituciones, liderados por Pablo Silva, catedrático de Geología de la Universidad de Salamanca, ha estudiado desde 2005 indicios en las ruinas que parecían indicar que en este enclave construido en el siglo I a.C. presenció un fenómeno sismológico importante, que contribuyó a su definitivo ocaso. “Vimos que había cosas raras que no se podían explicar por una causa normal”, ha explicado Silva a la Agencia Efe.
Entre otras señales, unos suelos arcillosos de color oscuro y sedimentos marinos que la gran ola dejó en cotas altas han permitido, con las nuevas tecnologías de la arqueosismología, confirmar que la ciudad romana sufrió un importante tsunami que destruyó y anegó sus zonas más cercanas al mar.
Antigua ciudad de Baelo Claudia, de finales del siglo II a.C.
La dimensión de la gran ola ha podido ser intuida por la distancia a la que llegaron los sedimentos marinos que dejó tierra adentro y su fecha, precisada, entre los años 365 y 395, porque fueron los años en los que se usó una moneda con fecha de acuñación que fue hallada en la excavación arqueológica de un mausoleo también destruido por el tsunami.
Esta ola gigantesca se produjo tres siglos después de que la ciudad sufriera, entre los años 40 y 60 d.C. -doscientos años después de su fundación- un terremoto que la afectó gravemente, en una época en la que la villa romana experimentaba una gran prosperidad, gracias a sus preciadas factorías de salazones y salsa garum y al comercio que le permitía su geoestratégica situación.
Bajo la arena
En esa etapa de esplendor, la destrucción causada por el terremoto fue tomada como una oportunidad para reconstruirla bajo los cánones monumentales de una ciudad romana, así que fue el momento en el que se construyeron el teatro, el foro, templos, murallas, termas, acueductos y una gran avenida, entre otros edificios.
Cuando tuvo lugar el segundo terremoto del tsunami, la villa vivía ya en el último periodo de decadencia del Imperio romano, un momento en el que “no habría mucho dinero para reconstruir”, según relata el investigador. “Nadie se preocupó en reedificar aquello, la destrucción debió de ser muy grande”. Baelo Claudia pasó entonces a ser ocupado por un pequeño pueblo cuyas casas se instalaron sin orden encima de las ruinas de las cotas más altas, que no fueron tan dañadas.
“La vida continua allí a otro nivel. El abandono definitivo se debe sin duda a la invasión bereber del norte de África, en el 711″, explica Iván García Jiménez, arqueólogo del Área de Investigación y Conservación del Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia, dependiente de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
Los restos de la ciudad romana lograron conservarse porque fueron cubiertos por las dunas de arena, de la misma forma que han estado hasta el año pasado, cuando fueron descubiertos, otros importantes restos de época romana en la cercana costa de Caños de Meca, entre ellos unas termas en un excepcional estado.
Desde 1907 las excavaciones y hallazgos en Baelo Claudia continúan ayudados por nuevas tecnologías como la arqueosismología, con lo que siguen saliendo a la luz los avatares que ha sufrido a lo largo de la historia, incluso que sus ruinas fueron afectadas por el terremoto de Lisboa de 1755.
Aquel terremoto se originó en otra factura tectónica, distinta a la que se intuye que originó la que causó el tsunami que asoló Baelo Claudia en el siglo IV d.C. “No la tenemos identificada claramente, sabemos que ocurrió en el mar hacia el suroeste del emplazamiento de la ciudad. En 2009 un buque alemán que realizó una campaña de geofísica marina en la zona e identificó unas fallas”, concluye Pablo Silva.