Nuestro Presidente de Gobierno tiene últimamente cara de turbación contenida, como si le asaltara esa vieja melancolía que aparece cuando se tiene conciencia irremediable de haberse equivocado. En el rostro que puso cuando fue a visitar el osario de Cuelgamuros, vestido de blanco igual que los atribulados del Apocalipsis, nos dejó la certeza de que le impresionan más los vivos que los muertos. Y razón tiene. Porque los muertos descansan en silencio y los vivos no descansarán hasta que documenten sus desmedidos afanes. Y los de su esposa.
En la base de la Cruz que bifurca el camino de los cipreses en las Ermitas de Córdoba, una hornacina con calavera dentro recuerda con letras mayúsculas: “Como me ves yo te vi. / Como me ves te verás. / Todo para en esto aquí! / Piénsalo y no pecarás”… Pero me da la impresión de que el Presidente de Gobierno no cree en el pecado que, según los griegos, es la tontuna de tropezar muchas veces en la misma piedra, después de ver la piel quebrada en los zapatos de los demás. El Presidente del Gobierno no cree más que en los muertos que mató Franco que, por cierto, no corresponden a los huesos que observó con impropio dolor en su recorrido por el Valle. En la próxima visita, señor Presidente, pregúntele a los benedictinos por quién doblan las campanas.