Hoy: 20 de febrero de 2025
Los efectos inevitables de la globalización han alcanzado a los países del primer mundo, poniendo en entredicho la efectividad del paradigma neoliberal, que sostiene que el libre mercado es la mejor vía para asignar recursos y generar bienestar a través de la oferta y la demanda. Bajo esta lógica, la ambición individual impulsa la producción y el comercio, minimizando la intervención estatal en la economía.
Durante los años setenta, el excedente de capital de los países desarrollados buscó colocación en economías subdesarrolladas, lo que forzó a estos últimos a abrirse al comercio y la inversión extranjera, cediendo en políticas proteccionistas. La renegociación de deudas con el FMI conllevó medidas como la reducción arancelaria, la privatización de servicios públicos y la contención salarial, según informa Vanguardia.
El análisis económico aislado de factores sociales y culturales es un error. La globalización ha generado salarios bajos y empleo precario, beneficiando a corporaciones trasnacionales a expensas del bienestar social. Las políticas pro-capital y la desregulación financiera llevaron a crisis como la de 2008. Un estudio reciente muestra que, desde 2021, la pobreza y la inseguridad alimentaria en EE UU han aumentado drásticamente, afectando a más de la mitad de las familias trabajadoras.
La falta de atención a estas problemáticas dio paso al triunfo de un populismo de derecha, evidenciando que el libre mercado tiende a concentrar riqueza y generar ciclos económicos inestables. La intervención estatal, como en China o en proyectos de prosperidad compartida, se plantea como una alternativa necesaria frente a los límites de la globalización actual.