García Lorca en Buenos Aires. Capítulo XXI

4 de marzo de 2024
5 minutos de lectura
Ignacio Sánchez Mejías toreando. | Fuente: El Muletazo.
Las marionetas eran de Buenos Aires (y 2)

Sale el toro de los cuadriles con la tristeza del que va a morir y el coraje del que tiene que defenderse. Es tan bravo, que necesita el freno de cinco varas sostenidas con aguante por los caballos. El acero deja su mancha roja en los ojos de Ignacio que está atento al quite y lo aprovecha para su lucimiento. Suenan de nuevo los clarines. El toro está bien picado cuando se descubre el equilibrio perfecto entre bravura y docilidad. Ahora vienen las banderillas. Sánchez Mejías levanta los brazos buscando los rizos del aire. La sola estampa de verlo empinado, rompiéndosele la luz en los pliegues de su chaquetilla, con los palos de papel en sus brazos de baile, es ya digna de espectáculo. Pero falta clavarlas (“Banderillas de tiniebla”) sobre el rocío negro del animal. Ignacio cita al toro y, con agilidad de adolescente, esquiva su fuerza mientras las clava con genio, perfectamente encima.

La gente salta emocionada y comienzan a caer los primeros claveles en la arena.

A pesar del castigo, el toro quiere guerra. Ignacio se acerca de puntillas a comprobar el lado bueno de la embestida. En su rostro se le nota la complacencia del que ha descubierto las malas intenciones del enemigo. Lo vuelve a citar con la muleta y consigue que el toro se ensañe con el rojo, impecablemente. ¡Es suyo! Y sigue con pases de pecho, filigranas ceñidas que anticipan los trofeos del final.

Nadie se mueve. El público descabella con su expresión el grito. Otro pase y otro, mientras el pasodoble estalla en el arco iris de los tendidos.

Solo queda la muerte que vigila el cansancio del animal, ya dominado.

“La hora de la verdad” es en la que el torero demuestra su temple con el estoque. Sánchez Mejías tiene fama de acertar a la primera. Muleta al suelo, para que el toro humille, brazo en alto empuñando el acero y el ojo en la punta de la suerte, buscando el sitio del derrumbe. ¡Ahora, Ignacio, ahora”. . .

Apenas si se distingue la cruz del estoque sobre el lomo encarnado del animal bienherido que, como una montaña de cartón, se desploma precipitadamente dejando en los corrales una secreta venganza.

¡Dos orejas y rabo! Y hasta la pata —el máximo y, a veces, imposible trofeo— conceden a Ignacio Sánchez Mejías que, vestido de emperador celeste, recibe los clamores en su vuelta al ruedo.

En Santander era esperado García Lorca con su Barraca. No sabemos si llegó a tiempo de presenciar la corrida, pero sí es seguro que están muchos amigos poetas de los que siempre gustó verse rodeado el torero.

Casado con una hermana de Joselito “El Gallo”, de quien fue su mejor banderillero, pronto cambió sus amores por los de Encarnación López, La Argentinita, confirmando con ello lo que decían de Ignacio sus amigos.

Las mujeres, los toros, el cante jondo y la buena amistad, son las cuatro piezas de ajedrez que mueve Ignacio con magia de andaluz desde su finca de Pino Montano. Y, aunque parece que su predilección poética iba por Alberti, sentía por Federico una irresistible amistad que detalla Francisco García Lorca en su libro:

“Mi hermano me contaba una vez que en una reunión en la casa del torero en Sevilla, donde había cantaores y tocaores jondos, uno de ellos cantó unas soleares y Federico comentó ante Ignacio:

—‘Pa soleares, nadie como Tomás Pavón’.

Este era hermano de la famosa “Niña de los Peines” y por su timidez ante el público no pudo hacer carrera profesional. Ignacio, sin decir nada, y para complacer a Federico, envió a su chofer en el acto en busca de Tomás, que estaba, a la sazón, en una ciudad del norte”.13

Esta amistad a chorros, muy propia de la desproporcionada Andalucía, recordará el poeta cuando escriba:

No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda, ni
espada como su espada, ni
corazón tan de veras.14

El caso es que Ignacio ha vuelto al éxito de sus viejas tardes, es requerido en las plazas más importantes y tiene ya firmada una larga lista de contratos, dando con ellos definitivamente terminada su actividad taurina.

En esta larga lista no figura Manzanares: un pueblo de la Mancha con molinos de viento y la figura amiga del ingenioso hidalgo. En Manzanares ha de torear Domingo Ortega el 11 de agosto, pero ha sufrido una cogida días antes y pide a Ignacio que lo reemplace.

En el cartel anunciador figuraban juntos Sánchez Mejías, Corrochano hijo y Armillita.15

Ignacio no está muy convencido. Para colmo, le han dado en el hotel la habitación número trece. Y esto para un andaluz, por muy universitario y culto que sea, es un mal augurio. Posiblemente aquella noche, tan amigo como era del cante jondo, recordaría para Encarnación aquella seguiriya:

Si acasito muero mira que te encargo
que con las trenzas de tu pelo negro
me ates las manos.

Otra vez las fatídicas cinco de la tarde. De nuevo la mirada común a todos los relojes y el pasodoble lento, como una marcha fúnebre, anunciando la gangrena “que ya viene de lejos”.
Federico es de los primeros en enterarse. El se encargará de avisar a los amigos, de anunciarles que una palidez morada se apodera por momentos de las uñas de Ignacio, del filo de su nariz. Que la muerte trae su blanca camisa de fuerza para romper la libertad de aquellas manos con el capote.

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.16

No tiene Manzanares un hospital con todos los medios que requiere semejante urgencia. Ignacio es trasladado a Madrid mientras la sangre, “cada vez con menos fuerza”, va sembrando los caminos de don Quijote con locura de lanzas. En un Rocinante blanco (“Un ataúd con ruedas es la cama”) se precipita Ignacio a la muerte, que es el éxito.

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.17

Se desnucaron las marionetas de Buenos Aires aquella tarde en el Florida, cuando la vibración de Federico por la vuelta a los toros de su amigo fue una campana que lo dejó paralítico. ¿Las hizo hablar alguna vez? ¿O las dejó también muertas en el lujo de sus estuches?… Mira por donde Buenos Aires, que no sabe de toros, estuvo presente aquella tarde de la vuelta de Ignacio. Buenos Aires al lado, encima de la muerte, como una niña inocente advirtiendo el peligro, como una compañera callada.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre a la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: no sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: También se muere el mar.18

También.

Pero lo más trágico para el poeta, lo más cruel para su corazón tullido por las agujas del porvenir, es que el toro de la muerte, el toro que lo separó de Ignacio, se llamara “Granadino”.

Granadinos serán también, Federico, los afilados cuernos que te maten. Miguel Hernández se encargará de tu Elegía:

Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de acechanzas
y hace brotar la sombra más sombría
.

El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.19

NOTAS

1 O.C. I pág. 393.
2 O. C. I pág. 577.
3 O. C. I pág. 427.
4 O. C. I pág. 619.
5 O. C. I lpág. 751.
6 Denominación que en Andalucía se dan a las marionetas.
7 O. C. I pág. 460.
8 Marcelle Auclair. .. Pág. 21.
9 O. C. I pág. 941.
10 “Sin razón”, sin mucho éxito.
11 O.C. I pág. 554.
12 Séneca. Preparación para la muerte. Aguilar 1961. Pág. 34.
13 Federico y su mundo. . . Pág. 202.
14 O. C. I Pág. 554.
15 Marcelle Auclair. . . . Pág. 29.
16 O. C. I Pág. 554.
17 O. C. I Pág. 555.
18 O. C. I Pág. 557.
19 Héctor Suanes. Llanto por Federico G. horca. Ed. Libertador. Buenos Aires.

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