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García Lorca en Buenos Aires. Capítulo III

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El Buenos Aires que Recibió a Federico ( 1ª Parte)

Los argentinos conocen hoy las cuatro razones de su recuerdo. Y el fuego que dejó en Buenos Aires.

Escribe Félix Grande que una anciana de Cádiz, no pudiendo encontrar ningún defecto en los cantes de Silverio, se resignó a decirle enojada: “Mira, hijo, cantas mú bien, pero tienes los pies mú grandes”.16

Algo parecido ocurre con Federico García Lorca: cantando era una delicia y recitando un prodigio. En España nadie se atreve a intervenir cuando él ha tomado la palabra. Es mimado hasta el extremo y todos sienten por él el mismo respeto que por la libertad. Pero tiene un defecto: “los pies mú grandes”.

Con ellos desembarca el 13 de octubre de 1933 en el muelle expectante de Buenos Aires.

Cinco meses de gloria y de triunfo que sellarán los éxitos más grandes de su vida. Más de una vez repetirá entusiasmado: “Si todo esto lo viera España”. . . Cinco meses entre amigos, teatro y poemas.

Esta ciudad que yo creí mi pasado
es mi porvenir, mi presente;
los años que he vivido en Europa son ilusorios,
yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.17

Cuando llega la hora del adiós Federico no quiere despedirse. Le retienen, fronteras de hierro, las manos de sus amigos, el eco permanente de los aplausos en el Avenida, los bosques de Palermo y el íntimo reloj que ya marca la última hora.

Buenos Aires será para García Lorca una prolongación de España menos envidiosa, más atenta a su grito de locura, finísima en descubrir a este muchachón que se le llena la boca de sangre cuando habla. Cinco meses en Buenos Aires que hemos de recorrer con Federico para que no se pierdan ninguna de las emociones allí experimentadas. Amigos, calles, libros, diarios, sombras . . . nos hablarán de él.

Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flechas sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
Oh guitarra.
Corazón malherido
por cinco espadas.18

En las madrugadas se rompen las copas del encanto y se encuentra uno consigo mismo en soledad. Una guitarra en el rincón de la taberna, una copa de vino en el recuerdo “que pide camelias blancas”: la inocencia que fuimos. Lo único que quiebra la angustia del poeta es el llanto de la guitarra. Y el corazón, el corazón que goza en su dolor por darse cuenta.

… los años que he vivido en Europa son ilusorios
yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.

En Buenos Aires le quitarán a García Lorca las cinco espadas de su corazón malherido.

Buenos Aires
Tiene hoy ya tiene las calles demasiado anchas. Sus rascacielos son los rascacielos de todas las ciudades y el pestañeo de segundos entre el rojo y el verde abre o cierra el paso a una caravana de fuego y de ruidos. Igual que en Madrid, como en Roma, aquí o allá una plaza, el agua surgida de una fuente y, de paseo, unas almas de niño que asoman a la vida.

El Buenos Aires de hoy, sin embargo, aún permite subir a la rama tierna por la tapia. Quedan algunas rejas en los callejones olvidados. Permanecen aisladas pirámides altivas y la sombra de muchos rostros luchando en las esquinas con el tiempo. Quedan algunos “conventillos” asomados a la estación de la esperanza: otra estación de “Retiro” donde no llegan los trenes, sino discursos de mármol en boca de los políticos, rotos por el juego indiferente de los niños.

Detrás de la General Paz no llega el río y queda sin lavarse la miseria (¡Tan joven, Buenos Aires, y ya arrugada en las puntas por las chapas de los que llegaron tarde!). Sin embargo, hay luz, hay tanta luz en la calle Corrientes que nadie puede descubrir si alguna vez llega la noche. Ahora son los jacarandás quienes defienden con azul la primavera. . .

No. Por más que se parezca hoy Buenos Aires a todas las ciudades es único su río, la fe de su gente joven y esa belleza recta de sus avenidas, curvadas sólo por los sueños, dolidas un poco de tanto aguantar la exuberancia de los gomeros.

En octubre de 1933 llega a Buenos Aires el poeta Federico García Lorca. Precisamente esos días está en Brasil, en visita oficial, el presidente Justo.

A pesar de que en 1926 Ramón Franco ha unido por primera vez Europa con Buenos Aires, soportando los riesgos de un avión artesanal, Federico llega por el agua: le tiene miedo a volar —¡él, con tantas alas!—. Le tiene miedo a casi todo, por eso quizá se defienda de las tempestades con el barco grande de su poesía.

Ya hay colectivos (autobuses) por aquella época. En el 28 comenzaron a levantar pasajeros por el camino a precios de obrero. Pero al poeta lo esperan coches negros, destartalados, ruidosos, en el muelle. Y de allí lo trasladan al Hotel Castelar, en la Avenida de Mayo, que es entonces una prolongación de Compostela, desfigurada un tanto por la reciente construcción del Pasaje Barolo: una monumental silueta en desafío.

En el subsuelo del Hotel Castelar ( los baños turcos se empeñaron después en calcinar los recuerdos) se creó justo ese año la peña SIGNO, tertulia de arte, seguramente heredada de España, a la que tanta afición tenían aquellos argentinos.

Pepe González Carbalho, Ramón Gómez de la Serna, Norah Lange, Carlos Podestá, los hermanos Portela, Alfonsina Storni . . . son algunas señales que aquel SIGNO que invitó a Federico García Lorca, tras el éxito de sus Bodas de sangre, a saborear los tangos de la madrugada.

NOTAS
16.-Cuadernos Hispanoamericanos. Dic. 1983, pág. 100.
17.-Jorge Luis Borges. Obra poética. Alianza 3. Pág. 45.
18.- O.C. I pág. 158.

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