‘Fast fashion’ y el precio oculto que paga el planeta

27 de junio de 2025
2 minutos de lectura
Prendas de ropa. | Fuente: Canva

No se trata de dejar de producir y consumir, sino de hacerlo con conciencia

JESÚS SESMA SUÁREZ

La ropa que usamos todos los días tiene una historia oculta que rara vez nos detenemos a analizar, y es que proviene de una de las industrias más dinámicas y, en consecuencia, más generadoras de residuos del mundo. Me refiero a aquellas prendas producidas bajo el esquema de moda rápida, también conocido como fast fashion.

Este concepto surgió como respuesta a un mercado cada vez más voraz y acelerado, donde el diseño, la producción, la distribución y la comercialización ágiles de prendas permite al consumidor vestir conforme a las últimas tendencias y a bajo costo, aunque el costo real no va impreso en la etiqueta.

De acuerdo con datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la industria de la moda es el segundo mayor consumidor de agua a nivel global. Se necesita una cantidad absurda de litros para producir una sola prenda: por ejemplo, 7.500 litros para fabricar sólo unos jeans, lo que equivale al agua que bebe una persona en más de seis años. Además, es responsable de 10% de las emisiones globales de carbono, una cifra que supera, incluso a las generadas por todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo juntos. En otras palabras, el impacto climático de lo que vestimos es más grave de lo que imaginamos.

Y es que el propio proceso de producción de estas prendas ya implica el uso desmesurado de recursos como energía y agua, y de químicos, tintes y procesos industriales agresivos con el planeta. Además, la mayoría de las prendas están hechas con poliéster u otros materiales sintéticos derivados del petróleo que, al lavarse, liberan microplásticos que terminan en ríos y mares.

Según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, las emisiones de la industria textil podrían aumentar en 60% para 2030 si no se toman medidas drásticas.

Ante este panorama, Francia ha puesto el ejemplo mostrando que la responsabilidad no está sólo en la industria y el consumidor, pues los gobiernos deben involucrarse mucho más activamente en la regulación. En días recientes, la Cámara baja del Parlamento francés aprobó una ley para regular el fast fashion, la cual establece una multa de cinco euros por cada prenda vendida dentro de ese país a partir de este año, misma que aumentará hasta 10 euros o 50% del precio de la prenda si éste llegara a ser menor a la multa, para 2030.

Pero, además, la iniciativa prohíbe cualquier tipo de publicidad para las marcas de ultra fast fashion, como Shein y Temu, que no podrán hacer campañas ni mostrarse en ningún tipo de medio ni a través de influencers. Finalmente, establece que los recursos obtenidos de las multas se destinen a proyectos de reciclaje textil, producción sostenible y generación de empleos en moda sostenible.

Aunque ésa es todavía una propuesta, pues falta su aprobación en el Senado, Francia se ha convertido en el primer y único país que establece acciones legislativas estrictas y específicas frente a la moda rápida.

En lo que respecta a la Ciudad de México, el Partido Verde ha propuesto que la Secretaría de Medio Ambiente local (Sedema) formule programas de recolección de ropa usada para su reciclaje y reutilización e impulse campañas de concientización que promuevan el intercambio de textiles, y que las alcaldías participen también con programas de recolección y campañas para hacer conciencia.

Debemos tomar más en serio el impacto ambiental de la moda y establecer estándares obligatorios de producción sustentable, porque cada prenda que compramos tiene un precio oculto que paga el planeta. No se trata de dejar de producir y consumir, sino de hacerlo con conciencia. Si seguimos como hasta ahora, dentro de pocos años la pregunta no será qué ponernos, sino en qué planeta podremos seguir viviendo.

*Por su interés reproducimos este artículo de opinión de Jesús Sesma Suárez publicado en Excelsior.

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