La dicha. ¿Qué es la dicha?, se pregunta el inmenso poeta Muñoz Rojas, para en seguida responderse: “es sencillamente ir contigo de la mano/ detenerse un momento porque un olor nos llama, / una luz nos recorre, algo que nos calienta / por dentro, que nos hace pensar que no es la vida / la que nos lleva, sino que nosotros somos / la vida, que vivir es eso, sencillamente eso”.
El Jueves Santo es una Cena de despedida en la que Jesús nos deja la mejor herencia, la última lección: querernos, aprender a querernos a su manera. Desde ese día, soltarnos de su mano es perderse sin que encontremos perfumes en la huida, desasistidos de alegrías intensas, perdidos y desterrados. En Jueves Santo, Jesucristo se hace pan para que todos festejemos su carne; vino, para que circule en el tiempo la sangre loca de la más alta cordura.
Cualquier ausencia suya es una sequedad derramada en la noche. Porque la vida es sencillamente eso: una luz que nos lleva y el tacto inconfundible de su mano que a vida eterna sabe y toda deuda paga. Lo demás, no pasan de ser pequeños alivios y continuas traiciones. A todo lo que no es ÉL, podemos llamarle soledad.