Sí, perdisteis el tiempo entre malentendidos y discusiones, esas que suelen ocurrir en algunas familias. Y, al pensarlo fríamente, te das cuenta de la pérdida de tiempo que has vivido… ¿para qué?, ¿y por qué?
¿Lo recuerdas? No sabes ni qué pasó, pero pasó. Eráis más jóvenes, pero eso no quita el pozo de tristeza que queda al sentirse incomprendidos, los unos y los otros, y más aún entre miembros de la misma familia.
Hay familias en las que algunos no se hablan durante años. Esa actitud les aparta de todos los acontecimientos familiares que van surgiendo año tras año. Los que eran niños crecen y ya no los conoces. Los mayores desaparecen. Y el tic-tac de ese reloj de la vida no se atrasa: es inexorablemente puntual.
Y pasan los años… El silencio queda enquistado. El tiempo, sin pausa, se come las vidas y los sentimientos de quienes experimentan esa falta de interés por parte de su propia gente, de esas personas con las que creciste y con quienes descubriste la vida bajo la batuta de vuestros padres.
Qué tristes vidas, en las que unas circunstancias adversas nos hacen invisibles a los ojos de unos y otros. El tiempo pasa y la brecha es cada vez más grande. No llegan ni reproches ni perdones. Pero, de pronto, surgen situaciones que, por cumplir con ese factor humano que llevamos tatuado en el corazón gracias a la enseñanza de nuestros padres —el perdón y la empatía—, nos colocan en la tesitura de acudir y mostrar emoción o dolor.
Cuando os reencontráis, todo ese factor humano, guardado durante años, regresa con una fuerza que te hace sentir de nuevo el sabor del hogar familiar de antaño. El tiempo perdido se disuelve por un instante, como si os hubierais visto y abrazado el día anterior.
Han sido años de separación, pero no de olvido. El cariño seguía ahí, porque ese amor nos acompaña siempre. Y el milagro surge con la proximidad y la empatía: todos quieren saber de los demás, con emoción, ternura y verdadero interés.
Es como un jardín en el que las flores abren sus pétalos para mostrarse con todo su esplendor ante las miradas de admiración de quienes las contemplan.
Pero lo triste es que ese tiempo perdido ya no volverá. Entonces, los unos y los otros comprendéis cómo la incomprensión fue devorando los sentimientos.
La familia es sagrada, dicen muchos, pero la realidad muestra que no siempre lo es por igual para todos.
Nunca dejéis en el aire un malentendido. Cuando el tiempo se acaba, ya no existe ninguna opción, y es entonces cuando descubres que la humildad y el perdón hubieran sido la mejor elección.
Es una reflexión que algunas personas, ya en soledad, hacen con amor y añoranza, aprendiendo de sus errores y mejorando el tiempo que les queda para recuperar lo que un día perdieron.
Pensad que nunca es tarde mientras la vida os acompañe.
¡Somos mortales!
bonita crónica sobre lo que se lleva el viento
El tiempo perdido es la asignatura pendiente del 80 por ciento de las personas.
Me ha gustado el artículo de Camelot, siempre tan atinada y profunda.