Aunque se tapen los espejos, ellos guardan en su azogue los perfiles del tiempo. Aquello que pasó, debe ser interpretado, valorado y enjuiciado con la mayor objetividad posible, pero resulta de una inmadurez sobresaliente el querer borrarlo del mapa.
Si Franco no hizo bien las cosas, tampoco los que le precedieron se bañaban en agua bendita. El inmenso error de los pueblos se manifiesta en destruir aquello que es contrario a mi entender. Incluso las injusticias no se solucionan quemando iglesias ni matando a los curas. Cuando en Buenos Aires ardió el templo más significativo de la ciudad, Perón firmó su despedida. En la República española pasó algo parecido. Ni buenos ni malos, todos culpables de una circunstancia que anudó las libertades.
Ahora el Valle de los Caídos, porque caídos hay allí de todas las voluntades, se le quiere llamar de Cuelgamuros y reescribir en él una historia que convenga a la ideología de turno…
Dejen en paz a quienes sólo rezan por los muertos. Por todos los muertos. Y los demás, aprendamos a rezar por los vivos, que buena falta nos hace.