La primera vez que hablé con Isabel García Lorca en la cafetería del Hotel Castelar de Buenos Aires, le pedí que me prologara el libro que había escrito sobre su hermano. Con granadina educación me rogó que la disculpara porque se había negado, desde el principio, con todos.
La segunda vez que me recibió en su piso de Madrid, adornado con las conocidas fotos de familia, con la huella de los dedos, calientes aún, en el piano del poeta, me atreví a preguntarle con delicadeza:
-¿Cómo fue en la intimidad su hermano Federico?
-Toda la alegría junta llenaba de vida su corazón y su palabra… Aunque, alguna que otra vez, aparecía en sus ojos una tristeza honda, como si saliera de un pozo.
“Un pozo es –ya lo escribió Emilio Prados—una torre puesta boca abajo”… y la cal de la fachada, cuando
puede, se lava a dos manos en el agua.