Hoy: 24 de febrero de 2025
Es conocido por todos que, tras la II Guerra Mundial, se configuró el orden mundial tal y como lo conocemos. Un sistema basado en normas internacionales contenidas en el derecho internacional, y con Estados Unidos en el papel de garante del mundo libre. Washington, bajo la Doctrina Truman y el Plan Marshall y la OTAN, repartió dinero, armas y protección militar a los supuestos “pueblos libres” para contener la expansión del comunismo. Por su parte, una Europa devastada le confió la reconstrucción de la economía y la infraestructura, convirtiéndose, de facto, en su protegida.
Este poder absoluto de Washington dictó las reglas que permitieron la estabilidad de Europa y el crecimiento del sistema internacional occidental. Así nació la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945 con el poético fin de salvaguardar la paz y evitar futuras catástrofes.
Con la intención de ser un foro de cooperación global, la realidad de su configuración sólo refleja el poder de las grandes potencias con un Consejo de Seguridad dominado por Estados Unidos, la Unión Soviética, China, Reino Unido y Francia como los dueños de las reglas del concierto internacional. Un foro mundial en el que el club de los cinco está armado con el poder de veto que cuida sus intereses nacionales frente a cualquier amenaza.
Desde hace más de una semana, Donald Trump puso en jaque a Europa sacudiendo el orden mundial que hasta ahora se daba por hecho. Durante décadas, la Casa Blanca se encargó de “proteger” al mundo de la amenaza rusa, pero ahora Washington optó por un enfoque más transaccional.
Tras conversaciones unilaterales con Vladimir Putin, ayer en Arabia Saudita se llevó a cabo una reunión clave. ¿Los asistentes? Altos funcionarios de Washington y del Kremlin negociando sobre la guerra en Ucrania (y, por supuesto, algunos acuerdos energéticos). ¿Los grandes ausentes? Zelenski y los líderes europeos, relegados al papel de espectadores, cuando solían sentarse en la mesa de negociaciones.
Pero Trump fue más allá al asegurar que el presidente Zelenski, en pocas palabras, no sirve para nada y que ya lo demostró en los últimos tres años de guerra con Rusia; también afirmó que los ucranianos deben convocar a elecciones y tener otro dirigente. Dicho lo anterior, es claro que las fantasías del presidente ucraniano de formar parte de la OTAN y restituir sus fronteras se desvanecen cada vez más.
Aunado a las escandalosas declaraciones del presidente estadunidense, la realidad es que en Europa cada vez menos personas creen en una victoria para Ucrania frente al avance ruso.
¿Se quedan huérfanos?
Tras el anuncio del comienzo de negociaciones de paz de la guerra con Ucrania —únicamente entre Estados Unidos y Rusia—, Francia convocó a una reunión de emergencia el lunes pasado para analizar el futuro de la seguridad europea frente a la sensación de orfandad que deja Washington en la región. Tras décadas de construir su política de seguridad bajo el cobijo y patrocinio de Estados Unidos, es momento de enfrentar la realidad de que ya no son una prioridad en la agenda de la Casa Blanca.
En campaña, Trump mostró, una y otra vez, su desdén a Europa, pero parece que en Bruselas y París lo subestimaron de nueva cuenta, por lo que la reunión en París resulta un poco ridícula y tardía. Europa sabe que es momento de invertir más allá de 2% de su PIB en fortalecer su propia seguridad, ¿a costa del gasto en bienestar social?
Más allá de cuestiones tácticas y económicas, la señal de Trump es clara: prefiere buscar nuevas alianzas bilaterales, negociaciones rápidas y resultados tangibles. No le interesa más un mundo donde el multilateralismo “obliga” a las naciones a cumplir con acuerdos para mantener la armonía.
A Trump le interesan los resultados efectivos y rápidos, demostrar quién es el mandamás global y erigirse como el mejor negociador del mundo (no es broma cuando cree merecer el Nobel de la Paz y demás grandilocuencias). Donald Trump mantiene las negociaciones internacionales como parte de sus bienes inmuebles (comprar barato y vender caro) y parece olvidar el extraordinario estratega que hay en Vladimir Putin.
El entusiasmo trumpista por cerrar acuerdos le puede estallar en las manos en el mediano y largo plazos y Vladimir Putin ser el ganador. ¿Estamos frente a la reconfiguración del tablero geopolítico? ¿Es el comienzo de un nuevo auge ruso y el debilitamiento de Europa? Tiempo al tiempo.
Frente a la reiteración por parte de Trump de que en México gobiernan los cárteles de la droga: cabeza fría, no hay de otra.
*Por su interés, reproducimos este artículo de Kimberly Armengol, publicado en Excelsior.