Hoy: 10 de noviembre de 2024
Cuando tenía seis o siete años y los niños de su edad jugaban a las canicas o al fútbol con una pelota de trapo, Juan creaba coches con cajas de cartón ensambladas a las que les colocaba un volante de alambre trenzado, y se pasaba horas recorriendo carreteras imaginarias, cambiando de marchas y simulando el ruido del motor a lo largo del Paseo de Abla (Almería), donde vivía la familia.
Eso cuando no estaba en el taller de su padre Maximino, artesano calderero y hojalatero, el lugar donde Juan Hurtado González aprendió el arte de moldear la chapa con tal perfección que se convertiría en uno de los mejores maestros del país, tal vez el mejor.
De ahí a fabricar coches clásicos de lujo había mucho más que un paso, pero los recorrió todos y al cabo de los años nacieron los populares Hurtan, vehículos personalizados de estilo clásico en la única empresa española de este tipo que diseña y monta caprichos descapotables para disfrutar que están al alcance de cualquiera, o casi.
Hace treinta años, cuando creó el primer prototipo, era una aventura, el sueño de un hombre creativo, hoy es más que probable que usted se haya encontrado con alguno de sus modelos en las carreteras españolas o de medio mundo.
Detrás de un proyecto tan ambicioso hay trabajo, mucho, tenacidad y talento a raudales, condiciones innatas de alguien capaz de hacer posible lo que se proponga.
Juan, que hoy tiene 79 años, nació en un pueblo de la provincia de Almería, a las faldas de Sierra Nevada, y supo desde niño que su vida estaría ligada a los automóviles, aunque sus primeros pasos los dio en el taller de su padre, donde a partir de los bidones de alquitrán elaboraba calderas para la matanza, cántaras para el transporte de aceite, pavas para azufrar las parras y aperos domésticos de labranza. Se trataba de un proceso duro que empezaba en los recipientes que se usaban para el asfaltado de las carreteras.
En la construcción y mejora del tramo entre Almería y Guadix, Maximino encontró abundante materia prima. Así que los retiraba y tras prenderle fuego hasta limpiarlos de alquitrán, iniciaba su conversión en chapa reutilizable, para lo que debía trabajar cada bidón con una maza de madera sobre un carril de hierro hasta dejarla completamente plana y perfecta. Y eso requería la fuerza y la precisión necesaria en cada golpe para no destrozarla. Era la perfecta combinación de fuerza y mimo de la que salía el mejor material.
El muchacho, cuando no ‘conducía’ sus automóviles de cartón, se pasaba horas observando y aprendiendo del padre, manejando y usando sus herramientas. Y llegó un momento con trece o catorce años que era un especialista en una actividad que requiere una especial habilidad, porque se trata de moldear y crear desde la nada, como esculpir una obra de arte.
«No era buen estudiante, así que me concentré en aprender el oficio de mi padre y aprendí de él valores como su capacidad de lucha, su visión de futuro y su constancia para salir adelante con nuevos proyectos».
Si uno no resultaba, empezaba otro, como fue una fábrica de hielo en Fiñana desde la que el joven repartía a los clientes pesados bloques en una bicicleta sin frenos.
«Mi padre fue una referencia en mi vida. Solía acompañarlo cuando viajaba a Granada y desde el primer momento sentí una fascinación especial por la ciudad, su tranvía, su romanticismo, sus coches, el ambiente de los años cincuenta. Así que cuando regresé de uno de sus viajes me propuse que algún día construiría mi propio coche y recorrería en él la ciudad».
Eso sucedería muchos años después, pero antes Juan y su familia tenían una vida por delante en la que habrían de pasar muchas cosas. Cuando el negocio de la calderería y otros en los que trabajó el padre no fueron suficientes, Maximino tiró de los suyos y se trasladaron a Cataluña, a Tarrasa, para cambiar la suerte.
Corría el año 1958, Juan acaba de cumplir 15 años y se dedica a buscar empleo. Pasa por diferentes empresas con ocupaciones que no le llenan hasta que un día, al final de una calle, escucha el ritmo de golpes que le trae los mejores recuerdos del taller de su padre en Abla.
Se acercó corriendo y se encontró con la nave de Carrocerías Costa, en la que se fabricaban las cabinas de los camiones Barreiros o motocarros industriales de tres ruedas.
Resuelto y sin dudarlo, entró y pidió trabajo.
–Niño, ¿tú qué sabes hacer?
Y el espigado adolescente demostró durante una prueba sobre la marcha su pericia con la chapa, así que salió de allí con un contrato como especialista a pesar de su juventud. La industria automovilística española era muy incipiente.
El Seat 600 llevaba solo un año en producción, y esta sería la puerta de entrada para que Juan se adentrase en ese mundo y poco a poco aprendiese todo lo que podía. Cuando transcurrieron dos años el muchacho pidió aumento de sueldo y los jefes le dijeron que era muy bueno, pero que no podía ganar tanto dinero siendo tan joven, así que probó suerte en otra empresa carrocera, Bosuga, industria que en la actualidad es Nissan Motor Ibérica.
Ahí trabaja en la cadena de cabinas para camiones y autocares Pegaso, Ebro o Avia, Man o las furgonetas Alfa Romeo.
Convertido en un especialista reconocido y prestigiado, un día recibió una carta de su antigua empresa Costa para citarlo a una entrevista. Juan regresó con un reto apasionante: debía ayudar a convertir el Seat 600 en un vehículo de 4 puertas, más largo, que se llamaría Seat 800.
«Costa tenía el encargo de la factoría pero no sabían cómo hacerlo. Cuando llegué el caos era total. Pedí autonomía y poder para decidir y organizar. Para cumplir los compromisos con Seat, paramos la producción dos semanas y empezamos de nuevo con un sistema operativo diferente. Antes de llegar salían dos coches diarios y cuando me marché sacábamos 40 unidades».
Fue su última actividad en Cataluña, porque su familia regresó a casa en 1965 y él también para hacer el Servicio Militar. Ya no saldría más de Granada, donde trabajó en la reparación de coches extranjeros de lujo accidentados.
Sabían que eran las mejores manos para resucitar cualquier automóvil por muy destrozado que estuviese. En España tener coches de importación resultaba muy caro por los aranceles así que fueron muchos los que compraban vehículos de siniestros en subastas y los llevaban a Juan y él los dejaba como nuevos.
Y llegó el momento más trascendente en su vida, el de cumplir el sueño y hacer posible su propósito de construir su propio automóvil, así que en el taller aisló una parte a la que llamó ‘Sección de prototipos’.
Ahí no entraba nadie más que él y ahí Juan dedicaba una parte de su jornada al proyecto en el más absoluto secreto, haciendo, deshaciendo, pensando, dando rienda a su inspiración y poco a poco dando vida a su primer prototipo sobre la base de un Seat 133.
«Me convencí de que podía hacerlo y no paré hasta conseguirlo, y entonces sin ayuda de programas informáticos ni impresoras en 3D. Era pura creatividad y era aprovechar todo el conocimiento y la experiencia que había adquirido, sobre todo en las empresas carroceras».
Son los primeros albores de los años 80. Juan trabaja con motores Renault y recuerda la escena de una película en la que Concha Velasco pasaba junto a la fuente de Cibeles, en Madrid, en un precioso Cabriolet descapotable.
Se dijo que eso era justamente lo que quería, un automóvil descapotable de aire clásico inglés y estilo romántico. Montar un coche lleva años de diseños, de trabajos técnicos, pruebas, y Juan logró superar muchos de esos procesos con la precisión de un bisturí sobre la chapa y con la inspiración de un genio, aunque tardaría dos años desde los primeros bocetos hasta que pudo conducirlo.
«En parte es como un chef de cocina, usa los mejores ingredientes y materias primas y crea arte que tiene color y sabor: A mí me pasaba igual, mi coche y los muchos que hice después reunían los mejores ‘ingredientes técnicos’ de diferentes marcas y los vestía con pura imaginación, con la sensibilidad de una obra de arte».
El vehículo estaba acabado y la ilusión de Juan por las nubes. Un amigo le pidió que se lo dejase para su stand de la Feria de Muestras de Armilla, y aunque al principio era reticente finalmente aceptó. El periódico local granadino IDEAL publicó su foto y la expectación que suscitó el vehículo fue extraordinaria. Se convirtió en la gran estrella del certamen. «Un coche majestuoso y hecho en Granada».
La noticia saltó a la prensa nacional y desde ese momento la vida de Juan cambió del todo. «Empezamos a recibir decenas de propuestas de potenciales clientes que querían información y me encargaban que les fabricase un coche. En tres meses aceptamos siete peticiones para fabricar coches. Fue una locura».
El éxito de Hurtan, la marca de Juan, fue arrollador. Sus cuatro hijos se incorporaron al proyecto y desde 1980 han fabricado una media de 60 vehículos anuales, cada uno diferente y personalizado a gusto del cliente, con precios que van en la actualidad a partir de los 30.000 euros, según motorización y acabados en cada modelo.
Es la única fabrica española y quizás de Europa que hace coches por encargo, y entre sus clientes cuenta con profesionales y personajes populares que quieren disfrutar de un capricho para pasear.
«Son modelos exclusivos pero su precio no es prohibitivo», recalca al maestro calderero que aprendió a hablar con la chapa para conseguir formas imposibles y atrevidos diseños. «Le hablaba a la chapa, sí, y ella iba donde yo quería. Hay que conocer bien tu trabajo y amarlo, solo así se pueden hacer realidad los sueños».
Tras regresar del Servicio Militar en 1967 con 8.000 pesetas, decidió montar un taller de reparación de chapa y pintura en Guadix. Un día llegó un coche modelo Alfa Romeo GT Junior 1300, del actor Benito Stefanelli, destrozado bajo un camión en un cruce de la carretera de Guadix-Granada.
Stefanelli formaba parte del rodaje de ‘Hasta que llegó su hora’, en La Calahorra, con un reparto que encabezaban Henry Fonda y Claudia Cardinale. Los tres se alojaban en el hotel Comercio accitano y muchas tardes salían a dar un paseo y los tres se acercaban hasta el taller para ver cómo iba la reparación.
«Henry Fonda llevaba una barba enorme, no sabía una palabra de español y como Claudia Cardinale sonreían cuando les hablaba, pero no se enteraban de nada. Miraban y miraban y sonreían. Parecían que se sentían a gusto y les gustaba verme trabajar. Y sí, Claudia Cardinale era más guapa en persona que en el cine. La pobre estaba ‘tostada’ del solarín que pillaba en los llanos de La Calahorra en el rodaje. La reparación costó 40.000 pesetas de las de entonces. El coche parecía salido de fábrica».
Al año siguiente Juan trasladó los talleres a Granada capital. Fue el primer taller que se especializó en reparar coches de lujo accidentados.
Hoy los diseña y construye. Acaba de sacar al mercado su modelo Albayzín, un capricho absolutamente increíble.