Estos días se siente a Dios como un peregrino que pasa por las orillas del tiempo y prefiere no quedarse
porque no hay sitio para Él en nuestras casas. Tampoco en nuestros proyectos. Menos aún en el andamiaje de nuestra sociedad.
Cuando Dios decidió su fecha de aparición en este mundo, Roma tenía subyugado al pueblo judío, no sólo con impuestos alarmantes, sino con la exigencia de que adoraran a otros dioses que nunca resolvieron las preguntas del alma. Sin saber a quién acudir, aquellos israelitas se quedaron asombrados mirando al Niño por la extravagancia del lugar y del modo en que había nacido. Nadie les daba esperanzas de que todo fuera a cambiar, sólo una estrella posada en lo más oscuro de la noche. Con esa luz se conformaron.
Los que gobernaban entonces se creyeron majestuosamente imprescindibles. Herodes y el Emperador hoy son recordados con tristeza, mientras el Mesías “insignificante” sigue creciendo, creciendo. Y es amparo.
pedrouve