Es una palabra a la que se suele aludir cuando tenemos alguna persona mayor en nuestra familia, que se ha quedado sola, y que continúa viviendo en el que fue el hogar familiar. Los familiares muy muy cercanos, como los hijos, expresan ese estado con una coletilla: “Vive sola, pero no está sola”.
Es preciso profundizar en esta gélida palabra, que esconde, en muchos casos, amor a la muerte; se pierde el miedo ante el frío aterrador de la soledad y se tiende a considerar ese momento como una liberación.
Mientras vives en familia, crías a tus hijos, te preocupas de ellos, los cuidas, te ilusionan, te hacen sentir orgullosa, los ves crecer por dentro y por fuera y te hacen partícipe de sus jóvenes vidas; eres capaz de vivir sus sueños con ellos, pero no te das cuenta que mientras crecen, tu tiempo pasa…..
Y un buen día te despiertas en una cama vacía, con unos hijos que se han ido y con una sensación amarga y pensando… “otro día más”.
Paseas por esas estancias vacías de calor y de sensación de vida y piensas en aquellos días lejanos y felices, también en los tristes y en los de ilusiones rotas.
También vienen a la cabeza esos veranos interminables donde te sientes más sola aún
Quieres creer que vives independiente, lo intentas, y a pesar de las amistades, luego regresas a casa, vacía. En esa soledad, tienes miedo de que tu mente te juegue una mala pasada. No lo cuentas a nadie, son tus miedos, sólo tuyos, nadie te puede escuchar y te aferras a cualquier momento feliz y lo repites visualmente una y otra vez hasta que lo pierdes, y entonces te aferras a otro.
Y pasas el día, y sales otra vez, y el teléfono suena poco y nadie viene a verte. ¡¡¡Tienen tanto que hacer…!!!
¡Estoy viva, existo! No me dejéis sin voz.
Con recibir un poco de cariño, una simple llamada, me hacéis feliz, ayudadme a sobrellevar mi día a día, mi soledad.