Mientras miles de pueblos y ciudades de España vibran con el estruendo de sus celebraciones veraniegas, Tresjuncos se suma con fervor a esta explosión de alegría y tradición. Sus fiestas, un microcosmos de la rica cultura festiva española, comenzaron el día 6. El día 7, el pulso festivo alcanzó su punto álgido con la celebración de San Cayetano, el patrón local, un día que simboliza el reencuentro y la devoción en innumerables rincones de nuestra geografía.
En el epicentro de esta celebración, la presencia de personajes entrañables como Cuqui, el incansable tabernero, es fundamental. A pesar de la ausencia de Luis Batallas, el dueño del bar Batallas que disfruta de unas merecidas vacaciones. Cuqui, con su genio vivo, su chispa y su excepcional don de gentes, se mantiene al pie del cañón. Es el arquetipo del hostelero de pueblo gran tipo: de genio vivo, despierto, buen comerciante y mejor tabernero en las acepciones más tradicionales del término. Es un hombre con el que nunca te aburres capaz de convertir cualquier momento, incluso los de mayor estrés, en una experiencia amena para sus clientes.
Estos clientes, en su mayoría, son amigos y vecinos del pueblo. Pero en estos días festivos, a ellos se unen quienes, por la falta de oportunidades en el pasado, emigraron a zonas industriales del cinturón de Barcelona, como San Feliu de Llobregat. Su regreso a Tresjuncos es un eco de lo que sucede en tantos otros municipios españoles, donde la diáspora vuelve a la raíz, llenando las calles de bullicio y alegría. Es un reencuentro doble: con los seres queridos y con la tierra que vio nacer a los más viejos. Aunque muchos jóvenes ya no nacieron aquí, sus corazones permanecen arraigados a esta tierra manchega, y la tradición les llama de vuelta.
El día 7, día del Santo, la fe se hizo tangible con la solemne procesión de San Cayetano. Las andas, portadas con orgullo por vecinos (algunos no necesariamente religiosos, sino fieles custodios de las costumbres heredadas), recorrieron las calles del pueblo, una imagen que se repite en infinidad de festividades a lo largo y ancho de España. Esta fidelidad a lo ancestral es un valor que, aunque no siempre mayoritario, sigue siendo el alma de nuestras fiestas.
El día 8 comenzó tranquilo. Se celebró la misa de difuntos por la mañana y por la tarde comenzó la celebración de la fiesta para mí y para mi familia, al igual que para otros muchos vecinos del pueblo, en el Bar Cuqui. Es el centro de los festejos en el pueblo, ese sitio al que todos acudimos con gusto, buen trato y buena música. A las 16:00 h de la tarde, con un calor de mil demonios, hubo un concierto en el hermoso patio. A pesar de los cercanos 40 grados, estuvo lleno y fundamentalmente la gente joven disfrutó enormemente. Por la mañana, los más pequeños, ajenos al bochorno, se refrescaban entre castillos y rampas hinchables en la plaza, un alivio lúdico que encanta a los más pequeños en cualquier verbena estival.
Tras el concierto del Bar Cuqui, comenzó una parte entrañable de las fiestas que hemos de ayudar a mantener: un grupo folclórico de Santa María de los Llanos actuó en la plaza, cantando y danzando música manchega tradicional que suena a gloria. Magnífico grupo que supuso un remanso de paz para el espíritu y una carga de sentimientos y añoranza. Nos invadió el deseo de que no se pierdan estas tradiciones, aunque nos contaban las dificultades para conseguir gente joven dispuesta a continuar y a conservar estos preciosos cantos y danzas, patrimonio cultural de España.
Al finalizar este evento, que se hizo muy corto, se celebró una cata de vinos de la tierra, acompañados de un magnífico queso de Villamayor de Santiago para hacer el vino más transitable a nuestro tracto digestivo. A la espera de que fueran algo más de las 12:00 h de la noche, puesto que la tradición marca que el encierro debe comenzar el día 9, el plato fuerte de las fiestas, tuvo lugar el primer acto de los encierros. Efectivamente, comenzó sobre las 12:30 h, aunque el inicio fue accidentado. La mala suerte quiso que el toro cogiese a un mozo que no tuvo tiempo de taparse. Afortunadamente, la cogida no revistió gravedad y las noticias que tenemos son buenas.
Pero la cogida tuvo una consecuencia indeseada para la fiesta: el encierro hubo de suspenderse puesto que la ambulancia se ausentó con el herido y, por lo tanto, al no existir ese apoyo médico, no podía continuar el festejo taurino. No obstante, los ciudadanos acudieron como cada noche de fiesta al baile que se celebró en la Cámara Agraria hasta el amanecer.
El comienzo del nuevo día trajo consigo otro magnífico despuntar y una mañana en la que, tras pasar a saludar al amigo Cuqui, nos reunimos en la Calle Mayor tras un suculento almuerzo al que me invitaron y me hicieron sentir, como siempre, absolutamente integrado, uno más del grupo.
Comimos un solomillo delicioso, una oreja exquisita, todo ello regado con las correspondientes cervecitas. Durante la colación, se unió al grupo Juan, un simpático y agradable catalán, cocinero, que aportó a la comida varias exquisiteces: una tortilla de butifarra negra y mongetes, manjar digno de dioses, y unos callos de cordero capaces de repetir el milagro de Lázaro. Lo disfrutamos y, estando en ello, otro de los miembros de este heterogéneo grupo apareció portando unas torrijas de complicada definición, sino la hemos de simplificar como extraordinarias.
El almuerzo finalizó y acudimos a la peña El Encierro Tresjunqueño, de la que formo parte y donde unas estupendas calderetas de carne esperaban a los comensales, y nuestra entrañable Ana preparó unos macarrones para los más pequeños. Yo estuve un rato allí, aunque mi estómago ya no admitía más viandas, el ambiente de camaradería y la alegría de saludar a amigos y vecinos eran el verdadero alimento.
El lunes, día de cierre de las fiestas, me esperaba el regreso a Madrid para asuntos laborales. Un viaje poco apetecible en pleno verano madrileño, donde el calor y la multitud forman una combinación letal. Pero la promesa de volver pronto para el acto de cierre de las fiestas, con la degustación de la caldereta y el reencuentro con amigos, hace que la perspectiva sea más llevadera. La ilusión de compartir al menos una cerveza con ellos es un poderoso imán.
La vuelta a Tresjuncos se hizo aún más feliz con la compañía de mi hijo. A las 21:00 h, juntos nos dirigimos a las instalaciones de las Cámaras Agrarias, desbordantes de gente y preparativos. A nuestra llegada, observamos a varios vecinos preparando las calderetas y el espacio cuajado de gente. Una rondalla compuesta por vecinos del pueblo está amenizando la fiesta y el músico atracción de la noche, un buen saxofonista y showman, está preparando su actuación.
Nos dirigimos a la barra y, tras adquirir los correspondientes tickets, tomamos nuestra primera cerveza y comentamos mientras hemos visto la mesa del club de fútbol del pueblo, el Club Deportivo Triana de Tresjuncos, que aprovechan el momento para hacer proselitismo. Por supuesto, me hago socio del club y adquiero su camiseta de la primera equipación.
Los amigos van llegando y saludamos a Javi, el hijo del gran Adolfo, que por lo visto sigue los pasos de su padre en cuanto a la colaboración con todo lo que tenga que ver con un mejor estar en el pueblo y además preside la peña a la que pertenezco. Al poco llega Gustavo y me comentó que ha sido abuelo hace 10 días. No lo sabía y aproveché para felicitarle. Se ensancha y sus ojos brillan al hablar de su nietecita. Es un hombre afable, cariñoso y buen compañero, según puedo apreciar en estos días.
Continuamos saludando a los amigos y disfrutando del ambiente festivo y del buen trato. Adolfo, como siempre, cordial, nos recuerda la cena del día 14 para los jubilados y nos insiste en que acudamos. En su línea, ayudando a todos, preocupado porque todo funcione, el gran hombre de siempre.
Debemos pasar a Cuqui, pero no se entretiene. Llega el gran amigo Luis Javier. Viene con su familia, pero no obstante se escapa un ratito y nos acompaña a mi hijo y a mí, invitándonos a una cerveza y nos alegra con su charla amena, agradable y cordial. Le dejamos en compañía de su familia y comienza la actuación del músico contratado esta noche. El saxofonista y showman Ismael Dorado ofrece un espectáculo muy honesto, en el que observo el gran esfuerzo que el músico dedica a su trabajo y consigue enganchar a la gente con buena música y una acertada puesta en escena, todo cargado de una dignidad y esfuerzo propio de un gran artista amante de su trabajo.
Aunque el cuerpo, ya no tan joven, no aguantaba el ritmo de antaño, abandonamos el local contentos y satisfechos, agradecidos a Tresjuncos. Nuestra llegada aquí, casi por casualidad, ha resultado ser un verdadero premio: el de encontrar un lugar donde los últimos días de nuestra vida se hacen un poquito más llevaderos, a pesar de los inevitables obstáculos del día a día. A veces, las improvisaciones nos regalan el tesoro anhelado.
No puedo dejar de hacer una referencia al pasado día 14, en que se celebró la cena de los jubilados. Tal y como había comentado anteriormente, es una cena tradicional, todos los años se hace y supone el cierre extraoficial de las fiestas. Allí nos encontramos otra vez con todos los amigos. Allí todos colaboraban, allí todos trataban de hacerte la vida un poco más agradable y, desde luego, Luis Javier, como siempre, atendiéndonos a nosotros, pero desde luego a todo el pueblo, a todo el que pidiera su ayuda, siempre dispuesto, como estamos acostumbrados. Incluso consiguió que su padre, José, un buen hombre de 91 años con el que mantengo conversaciones muy agradables permanentemente, nos hiciera compañía durante un ratito en esta agradable velada. Falló algo el músico contratado; al parecer, un incidente en la carretera le impidió llegar a tiempo a la fiesta. Fue lo único que pudimos echar en falta, tal y como comentaba con nuestros amigos Manuel y Angelita, que echaban de menos la música y haber podido disfrutar de un bailecito.
El año que viene, si nada lo impide, repetiremos con mayor conocimiento de sus costumbres, seremos casi veteranos y, sin duda, celebraremos con aún mayor deleite. ¡Gracias, fiestas pasadas, por la alegría que nos habéis brindado!