Hoy: 28 de noviembre de 2024
Entonces –me contaba el señor Manuel a la salida de un programa de radio–, en los pueblos no había más que campo. Durante largas horas se caminaba por la orilla de las pocas casas y no se veía más que campo, risueño a la mañana, triste a la tarde. Aunque en el pueblo había pocas lámparas encendidas, yo era el cobrador del recibo de la luz.
Se pasaban pronto las dos quincenas –sigue Manuel con su relato—, yo llegaba a las casas con las tarjetas de cobrar en la mano y en seguida me daba cuenta, por la manera de saludar, por el timbre de la voz, si aquella familia estaba en condiciones de pagarme. Yo, que he cobrado tantos recibos de luz, ahora estoy ciego y me detengo en el amarillo de los campos antiguos que veía alrededor de mi juventud, sobre el firme tejado de las casas.
A usted le he reconocido por la voz –dijo con mi mano sujeta todavía–, porque se descubren mucho mejor las intenciones por los rizos de la palabra que por la luz que sale de los ojos… Y me dejó pensando en la fragilidad de las cosas, en la enorme sabiduría que se esconde detrás de lo sencillo.