Antes, cuando llovía más, era difícil vaciar el aljibe de las casas grandes, que se conservan todavía en los pueblos, porque no daban abasto las anchuras para contener tanta abundancia. Mi amigo tenía en su casa un aljibe y su madre le pedía casi a diario que le llenara un cubo y se lo acercara a la cocina para lavar los platos. Entonces, se lavaban más los cacharros de cocina que los cuerpos. Y hasta su madre llegaba Isidro con el agua limpia que apenas se mecía en la costumbre de la bóveda.
Una tarde fui con él a tocar la frescura del agua recién caída. Me señaló los canalillos de verdina por donde entraba la lluvia y vi en la semipenumbra cómo había huecos en algunos rincones que horadó la insistencia de verse lleno siempre el aljibe, sin sitio para otras presencias.
Recordando hoy a mi amigo en su casa del aljibe lleno, pienso que en cada corazón hay uno, colmado con las muchas aguas que arrastra la vida, vacío de las otras, que buscan en él también su sitio.
Pedrouve, obtienes de los recuerdos y de objetos cotidianos (aljibe) no solo un texto evocador sino pura literatura,. Lo acompañas de una enseñanza que nos vale e importa. Te refieres siempre a lo que de verdad merece la pena. Eres un gran maestro.