Sembrado en la otra orilla, donde apenas si el agua le llegaba, el magnolio no creció lo que todos esperábamos ni pudo desarrollar el rosa de su flor tan blanca. Para más tristeza, la luz parecía inútil cuando le llegaba cansada en los inviernos. Sin más agua que la escasa del viento, sin que la luz le amara, el magnolio se fue muriendo entre descuidos.
Así el hombre. Así la vida.
El lucimiento de las cosas no tiene su brillo sin el agua. En la sequía del corazón y los valores se mueren los pensamientos, hasta que el agua del amor llega por fin desde la vieja fuente que nadie ha visto y todos, sin embargo, bien conocen.