(Para Manuel Fraile Bravo ‘Manolito’. Ilustración Rafael Bonacasa)
El abuelo olvida historias porque a nadie le interesan. Yace dormitando en un rincón de la vetusta residencia, tan desapercibido como un baúl que esconde lo innecesario e inútil. Hace tiempo que convive a solas. Sus conclusiones las desecha, sobran. Dejaron de tener utilidad, alejándose, conforme iba perdiendo a aquellos que alguna vez le habían acompañado. Los recuerda vivos, compartiendo el fragmento minúsculo de la crónica que les tocó en suerte, donde el mérito no existe y solo el azar impone sus reglas. A los ausentes les dedica su despedida:
“Entonces no sabíamos que ocurriría. Nos sucedieron actos inesperados que forzaron a dejar el camino, mostrando sendas no elegidas. Deberíamos haber sido más fieles a lo de entonces, pero aquí nos hallamos. Sólo algunas vivencias permanecen y se revuelven nauseabundas contra sí mismas. A veces volvimos solo para enterrar lo poco que quedaba. Nadie debería añorar lo que se fue. Su recuerdo es la trampa que impide disipar las densas nieblas que insistentes nos acompañan. Llegamos desde el todo a la nada, y desde entonces hasta el ahora. Con atajos nos hubiéramos ahorrado tanto recodo inútil, y aun así, todo para haber llegado a esto, Amigos”.
los niños de hoy no miran por sus abuelos como los de antes.
Tierno relato que debería ser un espejo de cono tratar a nuestros mayores.
Nuestros mayores, querido José Eladio, son el mejor espejo donde mirarnos. Felicidades por el extraordinario y sintético artículo. En las pocas palabras la verdad se columpia.
Un abrazo
Pedro