Ella iba delante con su bolso negro apretado a la cintura; su esposo, pequeño y de andares oscilantes, a dos pasos la secundaba con su hijo, que también parecía subyugado a la disciplina gestual de la señora. Los vecinos cuchicheaban al verlos: “Mirad qué bien se llevan”.
Pero lo cierto es que doña Pepita maltrataba a su esposo don Gervasio con el palo de la escoba y él, según los comentarios de una asistenta, se plegaba junto a la vitrina de la cristalería, convencido de que la mujer de sus sueños no iba a atreverse a quebrar las vajillas de la boda. Luego salían a la calle, casi juntos, con los ojos vueltos, como si acabaran de comulgar.
En la mayoría de los casos, son las mujeres quienes más sufren violencia, pero yo me imagino a doña Pepita y a don Gervasio, acurrucados en la cama, después de las escobas, tomando siempre ella las iniciativas.
Avisos