Vivía en un primer piso de escalera solitaria. Hablaba poco porque todo lo decía con sus ojos, con su manera lacia de peinarse, con sus atrevimientos en el maquillaje. Sólo Dios sabe a qué se dedicaba doña Lola aunque, en un primer análisis, se le notaba satisfecha.
Más tarde supe que alquilaba pulseras, anillos con diamantes o broches ostentosos a las señoras que querían presumir en las mesas petitorias de la Cruz Roja. Y que el oro le venía de gentes que no pudieron devolverle a doña Lola su dinero prestado.
…Todavía hay familias que prefieren exhibir lo que no tienen en las mesas de la vanidad, brillar con oros que no son suyos, sabiendo que alrededor vigila desconfiada, dispuesta a cobrar sus intereses, la irreverente doña Lola.