Hoy: 22 de noviembre de 2024
El 18 de julio de 1936, la España que tanto amé, la España que tanto me dolía, comenzó con sus tiros de locura. Alberti, Cossío y un grupo de amigos incondicionales se llegaron hasta mi casa del General Arrando, donde vivía con mi madre y alguno de mis hermanos:
-¡Es imprescindible, urgente, salir para Valencia! Ya no sabemos si esta neblina de Madrid es humedad o pólvora. No parece ser que esta revolución favorezca a los poetas. Embala lo indispensable, Antonio, y comencemos a caminar hasta los otros horizontes. Sí, también tu madre y tus hermanos pueden acompañarte: nada les va a faltar.
Pero yo sabía que nos iba a faltar de todo. ¿A quién podía yo temer si ya no tenía ni miedo? Mi pecado sólo fue uno: no haber llegado a tiempo. ¿Creen que soy comunista?… No me hagan reír. Un poeta que ha escrito:
Creo en la libertad y en la esperanza
y en una fe que nace
cuando se busca a Dios y no se alcanza
…puede ser otra cosa que poeta- Icé, sí es verdad, la bandera republicana en el Ayuntamiento de Segovia cuando se fue el rey: ¡hartos estábamos ya de tanto borboneo, cortes inútiles y abusos!…, pero no pasó la cosa de un romanticismo más, uno de tantos que me han acompañado.
Valencia de finas torres
Y suaves noches, Valencia
¿estaré contigo
Cuando mirarte no pueda,
Donde crece la arena del campo
Y se aleja la mar de violeta?
De Valencia a Barcelona. Allí pasé un mes largo mientras ya España toda era un cáncer de mil bocas y un ahogo de lunas iba dejando oscuridad en cada orilla.
“¡A Francia, hay que cruzar los Pirineos”, me gritaron los que todavía querían salvarme. ¿Y qué hago yo con mi madre? Su vida es un candil, ya ni me conoce, sólo susurra: Antonio, hijo, ¿cuándo llegamos a Sevilla?
Cuando lleguemos a la mar, madre,, ¿no ves el Guadalquivir de grana abrir sus brazos para recibirnos? ¿No estás viendo los barcos que salen, nuestros barcos?…
En los aprietos de la fuga, como no cabíamos en el coche, tuve que echar a los barrancos las cartas de Guiomar. Perder el fino tesoro de su letra fue mi último despojo.
De mar a mar entre los dos la guerra,
más honda que la mar. En mi parterre,
Miro a la mar que el horizonte cierra.
Tú, asomada, Guiomar, a un Finisterre,
miras hacia otro mar, la mar de España
que Camoens cantara tenebrosa.
Acaso a ti mi ausencia te acompaña,
a mí me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y es la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama
y la soñada miel de amor tardío,
y la flor imposible de la rama
que ha sentido el hacha el corte frío.
Hasta que llegamos a Colliure sin dinero, sin tabaco (¡es lo peor que he soportado de la guerra!), sin ganas de comer. Menos mal, porque no había nadie que nos diera. Y mi madre en delirio no pudo ver cómo me ahogaba con sólo caminar dos pasos. El sombrero y el bastón –mi gran amigo y compañero—me ayudaron a reconocerme: ¡había cambiado tanto!
Una taza de café, ¿no tiene un cigarrillo? Madame Quintana, la duela del hotel que quiso recibirnos, nos daba sopa y galletas, leche algunas tardes, mientras mis amigos de París gestionaban sin éxito ayuda en la embajada.
Cuando madame insistió la penúltima tarde a que bajásemos a tomar un caldo espeso, le tomé la mano con suficiente dulzura para rogarle: ¿Ve esta cajita?, tiene tierra de España, quiero que me entierren con ella.
Gracias, madame, ha sido usted muy amable. Ah, y dígale a quienes pregunten que ya no estoy en paz conmigo y en guerra con mis entrañas. Que ya todo es paz, todo barco para el viaje.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
Entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
Los muertos mueren y las sombras pasan;
Lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad, enmudeced, campanas!
FIN DE DON ANTONIO MACHADO. AMORES Y DESTINOS.