Escribe Javier Marías que a Joseph Conrad le molestaba todo aquello que él no hubiera decidido. Odiaba a Dostoyevski y el ruido de los niños, incluso el de los suyos hasta el punto de que un día exigió a la doméstica que expulsara a los artífices de tanta algarabía, sin saber que eran sus propios hijos. Murió extrañamente un tres de agosto. Su mujer, por el ventanuco del cuarto de baño, le oyó gritar: ¡Aquí! ¡Aquí!
Sólo su esposa sabía que era un dictador mental y que únicamente a esos dictadores se les elimina tirando de la cadena.
Parece mentira que con tantos intelectuales en la política europea todavía no hayan aprendido que a los dictadores sólo se les puede expulsar “tirando de la cadena”. Ellos, por su cuenta, jamás dejarán el poder. Mentirán falseando los resultados electorales o endilgando a los de enfrente la causa de sus vandalismos. Amamantan a los corifeos para que los aclamen con un entusiasmo proporcional a lo que reciben. Cuelgan la conciencia en los números de sus cuentas corrientes.
¡Aquí! ¡Aquí!… y que cada uno piense lo que quiera.
pedrouve