Aunque no es muy espigada, la ministra de defensa en funciones parece que va todas las mañanas al gimnasio para estirar lo más posible su pecho de española, donde cabe toda la izquierda amalgamada en sofismas que los gurús inventan. Más tarde, ella y sus compañeros de clase, acomodan las consignas en el precipicio de la mentira para quedar bien entre sonrisas ensayadas.
La ministra ha pedido que el Doce de Octubre, ayer, no se abucheara al Presidente de Gobierno porque en el silbo irían incluidos el Rey y las Fuerzas Armadas. A la ministra le hubiese gustado un desfile lo más parecido posible al que preside Kim Jong-un, con todos aplaudiendo y llantos de gratitud al líder, agrandado en comilonas y padre providente.
Por lo que ha dicho, quien debe ser silbada es ella misma, a la que nunca se le ven los dientes cuando habla, desdentado también el pensamiento. Al Jefe, señora ministra, lo que más convendría a todos es exiliarlo, con la vicepresidenta del cohete, al sitio más alto, más allá si es posible de las últimas estrellas.