Cuando Felipe V, el primero de los Borbones, enviudó de María Luisa de Saboya, quedó peligrosamente entristecido porque le faltaban las desembocaduras del amor, que el Rey se permitía sólo en el matrimonio. El abad Alberoni, que luego fue cardenal y valido de suprema influencia, sabía que quien de verdad gobernaba en España era la Princesa de los Ursinos, urdidora con lupa de la posible esposa del monarca, con las características convenientes para que ella no fuese desplazada.
La habilidad política de Alberoni que, además, tenía buena mano para los macarrones, convenció a la princesa de que Isabel de Farnesio, la Parmesana, sería una reina dócil a sus propósitos y dadivosa con el Rey en las coyundas.
Sin embargo, una de las primeras determinaciones de la nueva reina fue expulsar de España a la de los Ursinos por la descortesía de haberle insinuado a la Monarca la anchura de sus caderas. Y por algo más, supongo. De esa forma, Alberoni quedó libre y liberado de quien tanta sombra le había hecho en la Corte de Felipe V… Curas, los de antes.