El último pueblo en la frontera entre Granada y Jaén es Campotéjar, un municipio pequeño al que se llega por un largo paseo cubierto a izquierda y derecha por árboles de sombra, plataneros en su mayoría, que se levantan como especies raras y extrañas entre miles y miles de olivos uniformados y alineados con precisión. Es como si se tratase de un ejército leñoso en formación que se despliega entre valles y lomas, tanto que la mirada se agota sin ver el final de las plantaciones.
Al llegar llama la atención el silencio que envuelve calles casi desnudas de gente hasta que se oyen los ladridos solitarios de un perro y el ruido brusco al final de la calle Ancha de un gran portón que abre Enrique, un labrador de 54 años que ahora no ve futuro ni vida. «Esto está muerto. Ve esta calle tan grande con tantas viviendas, pues quedan cinco vecinos».
Enrique señala con la mano una a una las casas habitadas entre las que se encuentra una tienda de electrodomésticos que mantiene un gran cartel de Grundig, la legendaria marca alemana de electrónica que dominaba el mercado español durante el siglo XX. El letrero encierra la simbología de un lugar en el que las cosas no han avanzado con los tiempos tanto como se esperaba, y que como el resto de municipios del entorno, han perdido la mayor parte de su población.
Es temprano. El día todavía no ha descargado el fuego de una jornada calurosa de verano y eso anima a los vecinos a salir a la calle para las compras del día. También que hoy toca el ‘baratillo’, el mercado ambulante que se abre paso por la calle Sevilla entre tenderetes de frutas, ropas, zapatos y otras gangas que los comerciantes vocean sin demasiado éxito porque no hay mucha gente. Y no es culpa del calor sino del censo, que no da mucho de sí.
Cuando cruzamos la frontera y pisamos las tierras de Jaén, el primer pueblo es Noalejo, que se ha labrado –como su vecino Campillo de Arenas– la fama como lugar de excelencia para los embutidos, el aceite de oliva y, sobre todo, como epicentro de la santería con nombres como el santo Luisico, el santo Manuel y, por encima de todos, el santo Custodio.
Tanto es así que el pueblo cuenta con un Centro de Interpretación de la Santería que se creó con ayuda del Fondo Social Europeo de Desarrollo Rural, en el que se explican los orígenes de este fenómeno, la vida de sus protagonistas y se habla de los milagros y favores concedidos, que han sido tantos de unos y otros que existe una legión de devotos que confían en ellos para recibir ayuda en lo ‘imposible’.
Si en vida al santo Custodio acudían por cientos gentes de toda edad y condición tras su muerte, hace 62 años, su tumba es en la actualidad un lugar de peregrinación diaria a la que llegan seguidores todos los días.
En el cementerio de Noalejo sus restos descansan en un pequeño mausoleo inundado de flores, cirios, ofrendas y fotos. Valeriano, un muchacho de 19 años, dice que le está pidiendo que su hermana apruebe la selectividad y por los que sufren en el mundo. Un grupo de personas permanece en silencio, con la mirada fija en la foto del santo que preside la sepultura.
Cuando llega el aniversario, las vísperas comienzan a concentrarse cientos de personas que viajan desde todos los rincones de España y los hay también extranjeros. La mayoría no duerme y se queda velando los restos en el cementerio. Algunos se tumban en el suelo junto a la sepultura para pedir su favor. Durante la noche decenas de cirios lanzan desde el lugar una cálida luz roja que llevan ruegos por hijos, maridos o padres.
Es un fenómeno social en el pueblo y fuera de él, y para la mayoría de sus vecinos un personaje intocable. En un parque, a la sombra de los pocos árboles que hay, un grupo de hombres hablan entre ellos, todos vecinos de Noalejo y todos jubilados que callan cuando nos acercamos a preguntarles.
Rafael rompe el silencio y afirma que a él le ha concedido lo que le pidió y que a su hermano lo curó de una grave dolencia en la espalda que tenía un mal pronóstico y debía pasar por quirófano. «Fue a verlo y el santo le dijo que permaneciese 40 días de espaldas sobre una tabla. Lo hizo y acaba de cumplir 101 años».
Otro de los grandes maestros de la santería, Manuel, está enterrado lejos del lugar, en Huétor Santillán (Granada), donde vivió y ejerció su labor en el interior de una chabola a la que acudían miles de personas cada día. Muchas se quedaban en el lugar durante semanas en busca del favor del santón.
Su tumba en la actualidad es un santuario repleto de reliquias de devotos que le piden por la vida de familiares o por ellos. Una enfermedad incurable, un trabajo… Los fieles se tumban incluso sobre la lápida para ‘abrazarse a él’.
Los retortijones de doña Mencia
A veces los milagros no salen solo de estos santones. Cuenta la leyenda que la vinculación de Campillo de Arenas con la devoción a Santa Lucía, protectora del caminante y de los invidentes, se debe a que un viajero ciego que transcurría por la sierra, iba escuchando de boca de sus compañeros de viaje la belleza del lugar y pidió a Dios que le diera vista para poder verla con sus propios ojos.
Así fue concedido el milagro y dicho viajero en agradecimiento colocó un cuadro en una hornacina labrada en la roca y puso el lugar bajo la protección de la santa.
Al parecer el cuadro fue utilizado como diana por los bandoleros en la primera mitad del siglo XIX, tropelía que no iba a quedar en nada ni mucho menos, así que al poco tiempo y como castigo divino, estos malhechores quedaron ciegos y perdieron la vida. Tal fue la popularidad de lo sucedido y la veneración de los viandantes por dicha santa, que fueron dejando limosna que en un primer lugar sirvieron para iluminar dicha imagen en la noche oscura, y posteriormente para sufragar los gastos para la construcción una ermita en su honor.
Pero no es la única ‘chispa’ de la zona. Está también el origen del nombre de Noalejo, que al parecer –y tratándose de él no podía ser de otra forma–, surge en una historia de ‘curaciones milagrosas’ que tienen que ver con doña Mencía, unas dolencias estomacales y el agua de la fuente del Pilarillo.
Cuentan que Mencía de Salcedo, la fundadora del lugar en el siglo XVI, fue una dama de la corte de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, que a su muerte le hizo donación de estas tierras en premio a los muchos y estimables servicios que le prestó.
Ocurrió que la señora, de acampada con las tropas de la reina en las tierras que luego habrían de ser suyas, se sintió mal con unos fuertes achaques y retortijones de barriga.
Quienes la acompañaban, por consolarla, le ofrecieron una escudilla con agua fresca de una fuente y para asombro de todos, cesaron milagrosamente los dolores, por lo que Doña Mencía exclamó: «De aquí ‘no me alejo’». Ella quería quedarse cerca del pilar por si la cosa se ponía fea otra vez, pero el tiempo y la fonética acabarían por llegar al nombre de Noalejo, que se mantiene en la actualidad.
Por cierto, que la fama del agua milagrosa del Pilarillo en la calle Nava sigue y son muchos los que buscan remedio a los problemas de estómago bebiendo tres veces de los caños. Hay quien ha bebido y afirma que desde entonces nada de omeprazol, ni almax ni Kijemea… El agua fresquita sí que está.