Hoy: 10 de diciembre de 2024
Aunque no se suele meditar con frecuencia, todos somos menesterosos. Cada uno en su faceta, en el disimulo de su angustia, en la deslealtad a la propia conciencia. De ahí que necesitemos reparación y ayuda, especialmente de aquel que es más fuerte. De quien cree de veras y supone un peligro su decisión para los que no tienen más compromiso que su propio delirio. Peligro para los cansados.
La lista urgente de los que más compasión precisan, puede estar encabezada por aquellos que no le encuentran sentido a su vida, creyendo que su hacer es irrelevante, sin provecho para nadie. Al sentir que por su escasa aportación no son amados, creen que su vida no merece la pena ser vivida. El descreído no posee más referencia que un nihilismo intrascendente y sólo descubre en sí un vacío con aguas malolientes.
Ignora la satisfacción de saber que Dios nos tiene tatuados en la palma de su mano y nos acaricia como sello sobre su corazón… “Que hago ya en este mundo? ¿Por qué Dios no me recoge?”, escuchamos de vez en cuando. Es imposible calcular con medidas humanas la misteriosa dimensión de lo profundo…Compadezcamos a los que hoy se sienten así por enfermedad, por ignorancia o porque la sociedad les ha deformado los espejos.
Tampoco nos olvidamos de compadecer a los que están solos sin haberlo querido y se levantan cada mañana mirando a un paisaje que no descubren en el horizonte. Nuestro mundo está sobrado de comunicaciones, pero faltan interlocutores. Están solos muchos ancianos en sus residencias alfombradas o con aire acondicionado, sin más alumbramiento que la visita generosa de los voluntarios. Solos, también, la multitud de jóvenes los fines de semana, hablando y hablando entre ruidos, con vasos en la mano y sin proyectos en el líquido de su palabra. Solos, aquellos matrimonios que creen haber terminado con el crecimiento de los hijos y se aburren ajenos a la pasión deliciosa que se adormece en las edades.
Rafael Guillén resalta hoy la soledad de nuestro mundo en un solo verso: “Dame el aliento o lo que sea. Dame algo que me acompañe”… Yo pediría para todos la anchura de le fe, que recrea y enamora. Y es peligrosa para los que se acomodaron, hastiados, en la indiferencia.