Creer en cualquier cosa

9 de marzo de 2025
2 minutos de lectura
Naranjas.

Cada planteamiento ideológico tiene sus propias argumentaciones para defenderse a sí mismo de los ataques ajenos. Tres religiones troncales han configurado la sociedad universal presentando la misma Revelación en el mismo Dios que las unifica: el judaísmo, el islam y el cristianismo. Con sus variantes y apreciaciones teológicas, todas convergen en un Creador que salva, aunque la salvación sea más exigente en unos que en otros. A ellas se suma la multitud de diferencias religiosas que abarca el hinduismo u otras muchas de ese pueblo íntimo y místico que es la India: entre todas, las criaturas exhiben su actitud planetaria y colectiva de creer.

He querido refrescar la memoria de lo que todos ya sabemos para señalar también el alboroto de la relatividad que se nos ha instalado en este mundo con la máscara de lo necesario y auténtico.

El evangelio del domingo pasado afirmaba una verdad incuestionable: “por sus frutos los conoceréis” (Lucas 6). Y, desde que el cristianismo ofreció sus valores a la civilización europea, los frutos, según la intensidad con que se acogen, maduran la convivencia de los pueblos, la solidaridad manifiesta, y frena la locura del desatino que de vez en cuando asoma y se instala en los egoísmos humanos. Lo que más destaca ahora de ese cristianismo son las catedrales y su imponente orfebrería de fe que multiplica la luz desde los rojos, azules y amarillos de sus vidrieras. El cristianismo, que es un compromiso sacramental con la verdad y con la vida, si bien no se desdeña hoy, tampoco se privilegia. Y las consecuencias son aquellas que apuntaba Chesterton con majestad intelectual: “Cuando se deja de creer en Dios, se comienza a creer en cualquier cosa”.

Cualquier cosa son estas ideologías sin frutos que pretenden imponernos con leyes y que nos ofrecen, desde el mercadeo de los avances en libertad, un reconocimiento de derechos ante las religiones supuestamente opresoras que manipulan las conciencias de los pueblos… eso nos dicen hoy las ideologías de género, los exigentes que reclaman eutanasia o aborto y otros ofrecimientos parecidos que son cosechas vanas de viciadas sembraduras.

A mi parecer, ninguna religión debe imponerse, se expone con mejores resultados a la seducción de los frutos. Las negras lagunas en la Historia de la Iglesia, no son vulneraciones al evangelio, sino trasgresiones y pecados de bastantes eclesiásticos: los valores de la Sagrada Escritura son inalterables, no así las conciencias humanas. Y que cada uno vea, viva, interprete y elija aquello que le hace feliz en la total anchura de la existencia y no para momentos concretos o comerciales donde la felicidad es apenas un regalo, una sonrisa o un beso que las horas se llevan.

Porque somos algo más que números, contraprestaciones, intereses, lógicas o razonamientos al uso, sensaciones, aciertos o fracasos. Somos alma, es decir, poesía, música, embeleso, misterio y sueños; somos amor encendido con fuego indescifrable que no tiene respuesta en tantas ocurrencias como nos desbordan. Entre la bisutería del mercadillo ideológico, elijo la sólida experiencia espiritual de San Juan de la Cruz: “El corazón del hombre no se contenta con menos que Dios”.

El Duende

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