En el corazón de Dios palpitan eternamente las bondades, los indultos, los amores como sueños que llegarán a cumplirse en las crestas de la vida. En su corazón se acrisolan los conflictos y se quiebran los cristales de la indiferencia.
Desde el evangelio de este domingo, Jesucristo se compadece de una muchedumbre que no sabe adónde ir, que no les dejan ser personas. Enseña el Maestro que en las multitudes se esconde la verdad y es más fácil la manipulación de lo colectivo que el engaño en lo individual.
El destino de la muchedumbre es la soledad.
Escribe Emilio Pacheco que “mañana ya no habrá rosas, pero en la memoria continuará su incendio”… En las multitudes se quema la vida sin perfumes. El corazón de Cristo deja para siempre un aroma de amor inconfundible.