Sé por experiencia que con los ojos cerrados se llega antes al sitio donde la luz se esconde, como una hermosura que espera ser encontrada.
“A mi hermano le gustaban los árboles, la vida familiar, la primavera”… lloraba un joven ante la habitación destruida de su casa, con su hermano dentro. Los terremotos o cualquier catástrofe de la que somos testigos tendría remedio, alivio al menos, si cerráramos los ojos buscando la luz de la fe que fraterniza la vida e intenta enseñarnos cómo se corrigen las injusticias.
Con los ojos abiertos, vemos las cosas y sus daños; con los ojos cerrados, descubrimos el alma de las cosas y la solución que brota de la luz profunda.
A este chico le gustaban los árboles, la vida familiar, la primavera… y se quedó sin sueños.