En su extrema discapacidad, Lenin preguntaba a los leales que le quedaban junto a su silla de ruedas, si consideraban que había perdido el juicio para gobernar… hacía tiempo que gobernaban otros amparados en su sombra.
Más bien tenía que haberse preguntado desde el principio si alguna vez tuvo el juicio necesario para reconocer a la humanidad, no como un pelotón de fusilamiento expuesto al albedrío de su indignidad, sino como una muchedumbre que anhelaba la concordia desde otros pensamientos.
Es imposible entender que haya intelectuales todavía alabando la infinita barbarie del comunismo. Produce miedo saber que siguen esclavizando al pueblo allí donde gobiernan, mientras los dirigentes son ajenos a las obligaciones que imponen. En algunos círculos nuestros ni siquiera se dan cuenta de que, apoyando al comunismo, son ellos los que han perdido el juicio.